Cine en cartelera:

Misión: Imposible - Protocolo Fantasma (Mission: Impossible - Ghost Protocol)

Cine en cartelera:

“Poesía para el alma” (“Shi”)

Efemérides cinematográfica

Woody Allen

Recomendación en DVD:

“Balada triste de trompeta”

Las grandes películas de todos los tiempos:

“La última película” (“The Last Picture Show”)

domingo, 24 de junio de 2012

“HISTORIAS CRUZADAS” (“THE HELP”)


Origen: EE. UU. (2011). Dir: Tate Taylor. Guión: Tate Taylor, basado en la novela de Kathryn Stockett. Prod: Michael Barnathan, Chris Columbus y Brunson Green. Fotografía: Stephen Goldblatt. Montaje: Hughes Winborne. Música: Thomas Newman. Escenografía: Rena De Angelo. Diseño de vestuario: Sharen Davis. Protags: Emma Stone, Viola Davis, Bryce Dallas Howard, Octavia Spencer, Jessica Chastain, Sissy Spacek, Mike Vogel, Chris Lowell, Allison Janney, Cicely Tyson, Mary Steenburgen. Duración: 146 minutos. La fotografía siguiente muestra a Bryce Dallas Howard, Sissy Spacek y Octavia Spencer. 
En su segunda incursión cinematográfica, Tate Taylor adaptó una novela de cierto éxito. La trama está ambientada en el estado norteamericano de Mississippi a comienzos de los ’60. El trasfondo dramático descansa en un tema aún difícil de tratar en el cine: el racismo de la sociedad estadounidense (en particular, la del sudeste, más retrógrada al respecto que cualquier otra en ese país). La película posee una duración excesiva, pero no está allí su problemática; la historia está narrada con el suficiente ritmo como para que el extenso metraje no agobie.
La historia naufraga por otras razones. El relato de los abusos perpetrados por la clase media blanca sureña hacia las mucamas negras resulta fallido. Varias cuestiones conducen a ello. Sin caer en la solemnidad, los terribles problemas raciales que han vilipendiado por años –aún no totalmente resueltos– a un sector de la sociedad estadounidense requieren un tratamiento más veraz, menos edulcorado. Como ha ocurrido con otras películas –“Conduciendo a Miss Daisy”, “Un sueño posible”– esta temática es tratada con superficialidad e hipocresía, y se asemeja a un lavado de culpas que intenta realizar la dominante raza blanca del país del norte...
Un guion endeble apela al sentimentalismo excesivo y a la lágrima fácil, más que a la reflexión. Los personajes, particularmente la mayoría de las damas blancas-clase media acomodada están ridículamente estereotipados, pintadas casi grotescamente. Un ejemplo notable es el de Bryce Dallas Howard, que encarna a la súper mala, con ribetes más propios de la Cruella de Vil que aterrorizaba a los dálmatas… Entretanto, los verdaderos responsables de este estado de las cosas –un orden socio-político-económico que basaba la prosperidad de un determinado sector merced a la opresión de otros seres humanos– y sus demonios –la violencia cotidiana, el fascismo imperante en algunos estratos sociales de EE.UU., el Ku Klux Klan, etc.– aparecen absolutamente desdibujados y no analizados.
Algo común en el cine norteamericano: una situación totalmente injusta y avergonzante queda en la responsabilidad individual de los miembros de una sociedad. Pero además, la trama incorpora otros tópicos que caracterizaron a aquella época y a ese lugar: el sometimiento de las mujeres a ciertos condicionamientos, el aborto como práctica condenada y negada, la implacable moralina, etc. Todos ellos alivianados por un tatamiento demasiado ligero. Por sus ostensibles defectos, resulta excesivo que "Historias cruzadas" haya sido candidata al Oscar a la mejor película de 2011.
En una película donde la mayoría de sus intérpretes son mujeres, destacan Viola Davis, Octavia Spencer y Jessica Chastain. Entre la gama de intérpretes secundarios brilla, como siempre, Sissy Spacek, aunque su personaje lleve la estereotipación al extremo (la blanca comprensiva). Emma Stone cumple adecuadamente con su papel, uno de los principales. Bryce Dallas Howard –hija del director Ron Howard– en cambio, sobreactúa durante gran parte del film.


lunes, 16 de enero de 2012

“Tournée” (“On Tour”).

Origen: Francia (2010). Dir: Mathieu Amalric. Guión: Mathieu Amalric, Marcello Novais Teles, Philippe Di Folco. Productora: Les Films du Poisson / Sofica Europacorp. Fotografía: Christophe Beaucarne. Protags: Miranda Colclasure, Suzanne Ramsey, Julie Atlas Muz, Alexander Craven, Mathieu Amalric, Angela de Lorenzo, Damien Odoul, Dirty Martini, Julie Ferrier, Anne Benoît, Pierre Grimblat Duración: 111 minutos.
Última película de Mathieu Amalric, la misma obtuvo siete nominaciones en los premios Cesar incluyendo mejor película y obtuvo los galardones de mejor director y FIPRESCI en el Festival de Cannes. Para muchos críticos la premiación a mejor director fue excesiva, por mi parte, no era una elección fácil para el jurado -bien se lo podría haber llevado Lee Chang-dong por “Poetry” o Abbas Kiarostam por “Roonevesht barabar asl ast”- de modo que retribuir el trabajo de Mathieu fue acertado. No es el primer filme de su autoría, pero sí el primero que logra “hacer ruido”, razón por la cual logra llegar en formato DVD a nuestro país.
Con el riff de Have Love Will Travel (del grupo The Sonics) Joachim (Amalric), un antiguo productor televisivo que está de vuelta en su Francia natal nos sumerge en el mundo del “New Burlesque”, compuesto por un grupo de talentosas y voluptuosas bailarinas a las que les ha prometido llevar el show hasta la capital de su país. De aquí en más se mantendrá una narrativa en fuga, iremos descubriendo la realidad de Joachim, la estrecha relación con sus hijos y el desprecio de sus ex colegas. La distancia no parece indultar. A la vez, deberá conservar el carisma para esa felliniana troupe que ante cualquier escándalo le recuerdan esquivamente que el show les pertenece únicamente a ellas.
Una elipsis de inquietudes parece irse gestando, pero también de remordimientos. En ese paraíso de la contracultura se siente como en su familia, el único lugar donde una sonrisa parece transportarlo. Conoceremos los conflictos de las artistas y sus debilidades prácticamente en un segundo plano, en contraste, irá creciendo ese anhelo en Joachim por recibir algo de afecto, sus hijos le han perdido el respeto tiempo atrás y la afinidad con su show parece pender de un hilo si no puede cumplir con sus promesas.
El uso de encuadres descentrados (sobre todo en interiores) como medio de expresión funcionan con los diferentes matices, allí encontraremos los mejores picos del film, del cual ya no seremos espectadores privilegiados. Seremos parte de esa multitud eufórica que desconoce la oscuridad de sus vidas más allá del escenario, destinadas al igual que nuestro protagonista a afrontarla. Con no demasiados recursos el film impresiona por su puesta en escena, construyendo un marco en el cual, tanto imagen como relato consiguen forjar el inminente contexto, donde predominan contrariedades, disputas y promesas incumplidas. Pero nada de esto parece importar, únicamente que el show debe continuar.   

jueves, 12 de enero de 2012

Misión: Imposible - Protocolo Fantasma (Mission: Impossible - Ghost Protocol).

Origen: Estados Unidos (2011). Dirección: Brad Bird. Guión: Josh Appelbaum y André Nemec. Diseño de producción: James D. Bissell. Fotografía: Robert Elswit. Montaje: Paul Hirsch. Protags: Tom Cruise, Jeremy Renner, Paula Patton, Simon Pegg, Michael Nyqvist, Léa Seydoux, Ving Rhames y Tom Wilkinson. Duración: 133 minutos.
Uno espera la llegada de estos llamados tanques cinematográficos, y más aún cuando detrás se encuentra un equipo que respira cine y sabe ofrecer al espectador un producto entretenido que a su vez cuenta con lo último en tecnología digital. Hace tiempo, al enterarme que Brad Bird –director de “Los increíbles”- sería el que lideraría esta cuarta entrega inmediatamente me invadió la curiosidad: ¿podría el señor Bird demostrar su talento en el cine de acción pero esta vez con personas de carne y hueso? Esa pregunta me la respondió este jueves y aquí les traigo la respuesta y, déjenme ser un poco cliché, esta última entrega resultó mejor, imposible.
Esta vez Ethan (Cruise) las tendrá muy difíciles y se quedará sin el apoyo de su central de inteligencia (de ahí el título “Protocolo fantasma”) ya que la misma se ha disuelto como consecuencia de un posible atentado al Kremlin que los coloca como posibles responsables. Pero no estará solo, contará con el apoyo de Jane Carter (Paula Patton), Benji (Simon Pegg) y el recién llegado Brandt (Jeremy Renner). De Rusia a Dubai y de Dubai a India serán los escenarios que recorrerán nuestros protagonistas siguiendo las pistas del único responsable, un tal Cobalt (Michael Nyqvist, el mismo de la saga sueca Millennium) e intentarán detenerlo pero esta vez con más inteligencia que recursos a su disposición.
Si hay algo que deberíamos criticar podría ser la poca inventiva con respecto a la trama; una vez más los malos intentaran romper los estrechos lazos de paz que existen entre Estados Unidos y Rusia con el objeto de iniciar una guerra nuclear. Sin embargo, la mano del director para concebir unos set-pieces admirables y una narrativa eficaz con sus toques de humor característicos que se complementan con una edición a la altura de las circunstancias logran mitigar esta cuestión. La fuga de una prisión rusa, la odisea de escalar un edificio vidriado desde el piso 130 para hackear un servidor, la persecución bajo la tormenta de arena y la escena del estacionamiento son realmente envidiables.
La excelente banda sonora de Lalo Schifrin es además utilizada con gran maestría, el 5/4 es la base rítmica de casi la totalidad del tema, es una base que genera tensión, de manera que se acopla con perfecta armonía a la puesta en escena y a la actuación de Tom Cruise que no deja lugar a dobles de riesgo generando en el espectador un viaje adrenalínico y eufórico. La trama será algo imposible de seguir con coherencia, los diálogos explicativos parecen resultar una excusa para llegar lo antes posible a la siguiente escena de acción que será mejor que la anterior. Solo me queda decir gracias. Esta crítica no se autodestruirá en 5 seg.   

“Poesía para el alma” (“Shi”).

Origen: Corea del Sur (2010). Dir. y guion: Chang-dong Lee. Prod: Jun-dong Lee. Fotografía: Hyun Seok Kim. Montaje: Hyun Kim. Sonido: Seung-cheol Lee. Protags: Jeong-hie Yun, Nae-sang Ahn, Da-wit Lee, Hira Kim, Myong-Sin Park. Duración: 139 minutos. Hablada en coreano, con subtítulos en español.

Hay en este film coreano una protagonista exclusiva: Mi-Ja, una señora mayor (interpretada por Jeong-hie Yun, en una composición impecable). Y tres temas que la desvelan: la participación de su nieto –con quien convive– en una serie de acciones terribles que derivaron en un suicidio, el descubrimiento de que padece mal de Alzheimer y su denodado empeño en escribir poemas (con asistencia a clases de aprendizaje). Esto último justifica el título original y el que se le ha dado en inglés (“Poetry”). Como es costumbre, los distribuidores han preferido emplear aquí uno menos ajustado a lo que la obra desea transmitirnos. De todas maneras, debe agradecerse que “Poesía para el alma” haya accedido al circuito de los cines comerciales en Argentina, convirtiéndose en la primera película de Jun-dong Lee que se estrena por estas tierras.
El profesor de las clases a las que concurre Mi-Ja dice que la poesía es el arte de mirar. También el cine lo es. El director se toma más de dos horas en narrar una película bellamente filmada, pero además, con un vuelo lírico que le permite elevarse por sobre el contexto de dolor y de fatalidad de la historia. El proceso de aprendizaje poético de Mi-Ja consiste, precisamente, en aprender a mirar. Ella se obstina en observar flores, aves, frutos… pero encuentra la belleza e inspiración necesaria en la tragedia de Agnes (la adolescente que se ha suicidado).
Además, y sin estridencias, Chang-dong Lee expone el egoísmo y la hipocresía de la sociedad coreana. Los padres de los chicos involucrados en la serie de vejaciones desean comprar el silencio de la familia de Agnes. Ninguno parece conmoverse por la tragedia y el dolor. Sólo Mi-Ja, a despecho de su progresiva enfermedad degenerativa, es sensible al drama. El mundo de la anciana es duro (un nieto a su cargo que actúa como un autómata, un trabajo de cuidadora de un anciano parapléjico) y se complica con la tragedia y el descubrimiento del mal que la aqueja.
La sensibilidad de Mi-Ja coincide con la sensibilidad del director para contar una historia terrible. Con delicadeza, sencillez y admirable precisión narrativa, Chang-dong Lee conduce adecuadamente la trama y nos entrega una película digna de verse. Amén de la tragedia, del dolor de una vida –la de Mi-Ja– golpeada por hechos crueles y de la deshumanización de una sociedad, el cineasta coreano nos habla del hecho artístico, de sus dificultades inspirativas y de su necesidad de captar adecuada y oiginalmente la esencia de aquello que nos rodea…
    

“Balada triste de trompeta”.

Origen: España-Francia (2010). Dir. y guion: Álex de la Iglesia. Prod: Yousaf Bokhari, Vérane Frédiani, Gerardo Herrero, Adrian Politowski, Franck Ribière, Gilles Waterkeyn. Dirección artística: Eduardo Hidalgo. Montaje: Alejandro Lázaro. Fotografía: Kiko de la Rica Música: Roque Baños. Sonido: Carlos Schmukler. Vestuario: Paco Delgado. Protags: Carlos Areces, Antonio de la Torre, Carolina Bang, Santiago Segura, Manuel Tallafé, Gracia Olayo, Enrique Villén, José Manuel Cervino, Terele Pávez, Fernando Guillén Cuervo, Sancho Gracia, Fofito, Fran Perea. Duración: 105 minutos.

Última obra de la interesante filmografía de Álex de la Iglesia, se estrenó en Rosario en la segunda mitad de 2011… y sólo permaneció una semana en cartelera. Una pena, pues si bien es un film con algunos puntos criticables, significa una elogiable mejoría del director español, respecto de su anterior y totalmente fallido título (“Los crímenes de Oxford”; 2008). Película bizarra, si las hay, “Balada…” despliega, en poco más de 100 minutos, un ritmo vertiginoso, con mucha violencia, personajes y situaciones grotescas, una ímproba historia de amor y un contexto histórico, que salta desde la Guerra Civil española (1937) hasta 1973, con Franco aún en el gobierno.


La trama se desarrolla en un ambiente circense. Bien podría llamarse “Los payasos sanguinarios”, habidas cuentas que tres de estos clásicos personajes del circo protagonizan una serie de acciones terribles, con sangre y crímenes incluidos. Los clowns de “Balada…” no hacen reír al espectador. Dos de ellos –padre e hijo–, cargan con sendas historias trágicas, y el tercero, increíblemente violento aclara en cierto momento que de no ser payaso, sería un asesino. Así las cosas, no hay lugar sino para el disparate, pero en el marco de una trama amarga, maldita, desmadrada y con el estigma de la venganza como móvil de muchas acciones.
A favor de la gestión de de la Iglesia, debe reconocerse su arriesgada actitud de llevar a la pantalla una historia nada convencional y provocativa. Sus desbordes han sido filmados con singular maestría, mediante una fotografía impecable y movimientos de cámara que logran transmitir eficazmente el clímax buscado. Las matanzas, las situaciones de violencia, los rostros desfigurados, la degradación humana… son mostrados a través de imágenes que mixturan lo gore con el barroquismo, pero que no espantan. Más bien atrapan al espectador, quizás por algo que yace detrás del intenso despliegue visual: el lirismo de estas imágenes. Su poesía. La puesta en escena es soberbia.
Pero el trasfondo de historia y crónica social que una y otra vez aparecen en el film, nos permite pensar que Álex de la Iglesia pecó por presuntuoso. La serie de referencias al contexto español durante parte del siglo XX –algunas incorporadas a la trama, otras mostradas en imágenes de archivo– quizás sea excesiva (Guerra Civil, Francisco Franco, la construcción del Valle de los Caídos, la música popular y la TV española durante los ’60 y ’70, Gaby, Fofó y Miliki, la voladura del auto de Luis Carrero Blanco por un atentado de ETA). Incluso el drama de los dos payasos luchando por el amor de una mujer parece recrear metafóricamente la división histórica de España. Lo que es excesivo y queda como una ambiciosa alegoría… fallida. El punto más cuestionable de ese apabullante intento de trascendencia está en el hecho de filmar la escena final en la cruz del Valle de los Caídos, aunque también veamos allí un guiño a Alfred Hitchcock (“Intriga internacional; 1959). Todo ello desmerece, pero no ahoga las virtudes de la película. El gran manejo de la cámara de este director queda manifiesto como pocas veces y su talento visual deslumbra. “Balada triste de trompeta” merece ser vista.   

lunes, 9 de enero de 2012

“Más corazón que odio” (“The Searchers”).

Origen: EE.UU. (1956). Dir: John Ford. Guion: Frank S. Nugent, basado en una novela de Alan Le May . Prod: C.V. Whitney, Patrick Ford y Merian C. Cooper. Fotog: Winton C. Hoch. Montaje: Jack Murray. Música: Max Steiner. Dirección artística: James Basevi y Frank Hotaling. Protags: John Wayne, Jeffrey Hunter, Natalie Wood, Ward Bond, Vera Miles, Harry Carey Jr., Hank Worden, Henry Brandon, Olive Carey. Duración: 119 minutos.

Rodada en escenarios naturales, “Más corazón que odio” no sólo es uno de los mayores westerns, sino una obra magnífica, filmada con excelencia técnica y que admite varias lecturas (política, histórica, psicológica, dramática, etc.). La trama se ocupa de la confrontación entre colonos y aborígenes. Pero asimismo, de la contraposición entre dos mundos incompatibles: el de Ethan Edwards (John Wayne) –ex combatiente de la Guerra de la Secesión, hombre individualista, épico y amante de los grandes espacios solitarios–, tan vetusto como el de los indígenas, y el de la civilización de posguerra, con la expansión de los grupos de colonos hacia el oeste y en donde el individualismo va perdiendo vigencia. Esencialmente, la cinta trata de la historia de una búsqueda humana por los desiertos del oeste norteamericano. La misma se lleva a cabo a lo largo de unos cinco años y ocupa, esencialmente a Ethan y a Martin Pawley (Jeffrey Hunter), un mestizo.
A poco de comenzar la película, ocurre la tragedia que justifica la trama, causada por un grupo de indios comanches a expensas de la familia de Ethan. Allí se inicia la búsqueda que justifica el título original del film. Y aparece el carácter racista del mismo; los aborígenes son mostrados como individuos malignos e inferiores y el enfoque político-histórico es claro: no son ellos las víctimas –a pesar del despojo de sus tierras–, sino los colonos blancos. La violencia en contra de los salvajes y su exterminio se justifica a partir de tal visión. Ethan no es un pistolero, pero sí un individuo rencoroso, vengativo y terriblemente racista. A pesar de la mirada discriminadora hacia los pueblos originarios, es en la caracterización de Ethan donde Ford muestra las contradicciones de la “civilización”. La búsqueda de su sobrina Debbie (Natalie Wood) parece más motivada por el odio que por el afecto.
Puede, entonces, cuestionarse claramente la visión de John Ford sobre el conflicto indios-blancos en esa etapa histórica de EE.UU. Pero lo que no se puede hacer es dejar de reconocer la calidad de la película, en donde cada escena está filmada con maestría, se respira una auténtica tensión en varios momentos, hay secuencias de persecuciones y enfrentamientos verdaderamente memorables, instantes de humor pese a lo trágico de la historia, sencillos pero profundos análisis de la condición humana, belleza en las imágenes, un dejo de melancolía que tiñe toda la historia y excelentes interpretaciones. John Wayne lleva a cabo la actuación de su vida, pero también destacan excelentes secundarios, como Ward Bond y Hank Worden.
La profundidad de campo ha sido uno de los elementos narrativos que mejor ha utilizado el maestro Ford. Aquí da una lección de uso adecuado de este recurso. Algunas imágenes son realmente poéticas. Como “La diligencia”, puede decirse que es ésta una road movie, aunque destacan varias escenas en interiores. Sólo que aquí los largos viajes implican una búsqueda inquietante. Diferentes son los motivos que conducen a Ethan y a Martin. Este último desea rescatarla. El carácter violento y racista del primero aparece una y otra vez, y deja clara su visión negativa sobre la actualidad de Debbie. Por ello, cuando finalmente la joven es rescatada de los comanches, tiene lugar una escena de gran tensión, con rápida persecución de Ethan en pos de la joven. Finalmente, ocurre un giro acabadamente filmado: Ethan no mata a Debbie y la levanta en brazos para regresarla con los blancos.
Entre tantas, hay otras dos escenas inolvidables. La primera es el ataque de los comanches al rancho. Ford la resuelve de forma admirable. Aparecen indicios de que los indios andan por allí. Crece el temor y la histeria de los personajes. Debbie es apartada y enviada a esconderse. De pronto una sombra inquietante oscurece el plano, al presentarse ante la niña. Es la del jefe comanche. La escena se cierra allí. La masacre no es mostrada. Ni falta que hace. Y la otra gran escena es el final, con el plano secuencia quizás más famoso del cine. Ethan y Martin han traído a la joven a casa. Quienes están allí salen a recibirlos. Todos entran en el rancho, regocijados. La cámara, desde el interior del mismo, muestra la silueta de Ethan, quien queda fuera, observando a los demás. Gira sus pasos y se aleja. Es la inequívoca actitud de un solitario que ha cumplido con una misión, pero que no tiene cabida en ese mundo. Vuelve a su desamparo…    

Woody Allen (1 de diciembre de 1935; Brooklyn, Nueva York, EE.UU.).

Realizador, actor y guionista cinematográfico. Nacido en el seno de una familia judía, con el nombre de Allan Stewart Königsberg, a temprana edad comenzó a escribir chistes para revistas de humor y cómicos profesionales, como Sid Caesar, Art Cartney y Ed Sullivan. En los ’60 actuó como cómico y animador en diversos espectáculos, incluyendo la televisión. Desde 1965 en el cine, al principio intervino como guionista y actor. A partir de 1969 comenzó su carrera como director. Cineasta prolífico, paulatinamente se fue convirtiendo en uno de los más respetados e influyentes del cine norteamericano. 
Allen ha incursionado también en el teatro e incluso es autor de algunos libros. Su especialidad es la comicidad, caracterizada por los diálogos chispeantes, los juegos de palabras, los gags satíricos y caústicos y las referencias culturales y artísticas. Los temas de muchas de sus películas han sido autorreferenciales, y han tenido que ver con sus obsesiones: la fragilidad del amor, la inestabilidad de la pareja, el sexo, el peso de la culpa, el psicoanálisis, la muerte, la posición ante la creencia religiosa, la intelectualidad y su snobismo, los ambientes urbanos, el arte, la cinefilia, la pasión por la música, etc. El conjunto, en sus obras mayores, ha sido un cóctel realmente apasionante.
El aporte de Woody Allen a la comedia ha sido fundamental, aunque también ha incursionado con mayor o menor acierto en el drama (“Interiores”, 1978; “Recuerdos”, 1980; “Setiembre”, 1987; “La otra mujer”, 1988; “Match Point”, 2005 y “El sueño de Cassandra”, 2007), en algunos casos con claras influencias de algunos directores europeos (Bergman, Fellini). Algunas de estas últimas –particularmente “Setiembre” y “El suelo de Cassandra”– han quedado lastradas por el sofocante tratamiento de las tensiones dramáticas.
Desde lo formal, Allen ha recurrido a ciertos recursos que ha sabido emplear adecuadamente, tales como los personajes hablando a la cámara, la voz en off, resoluciones inverosímiles (un actor que “escapa” de una película, personajes de ficción literaria que se encarnan en seres reales, muertos que entablan diálogos con individuos vivientes, etc.). Abundan las frases ingeniosas y controvertidas. Pero quizás el aspecto más notable del cine de este realizador ha sido la precisión y eficacia con que ha intercalado algunos gags brillantes dentro de tramas tensas y complejas.
 
“Robó, huyó y lo pescaron” (1969), su primera experiencia como director, reveló su impericia en la narrativa cinematográfica, aunque es una obra plena de momentos de comicidad. Durante los ’70 fue paulatinamente puliendo su estilo y su capacidad como cineasta, para llegar a realizar obras notables como “Dos extraños amantes” (1977), “Interiores” (1978) y “Manhattan” (1979). En la década siguientes merecen destacarse por su excelencia: “La rosa púrpura de El Cairo” (1985), “Hannah y sus hermanas” (1986) y “Crímenes y pecados” (1989). Los ’90 significaron una época en donde Allen aportó varias cintas excelentes, como “Misterioso asesinato en Manhattan” (1993), “Disparos sobre Broadway” (1994), “Todos dicen te quiero” (1996) y “Los secretos de Harry” (1997).
Posteriormente, Woody realizó varios filmes decididamente mediocres, como “Melinda y Melinda” (2004), “Scoop” (2006), “El sueño de Cassandra” (2007) y “Vicky Cristina Barcelona” (2008) y otros algo más logrados: “La maldición del escorpión de jade” (2001) y “Match Point” (2005). Ello implicó que el respetado director fuera perdiendo vigencia entre no pocos críticos, que le cuestionaron cierta tendencia a la reiteración y a la falta de inspiración. Sin embargo, un aspecto es irrebatible: aún en sus obras menos logradas, difícilmente el viejo Woody filme películas carentes de interés, circunstancia que lo sigue manteniendo por encima de otros directores que suelen ser consagrados por el snobismo de la crítica y cuyo pretendido esplendor no va más allá de unos pocos años. Por otra parte, algunos de los últimos títulos de Allen, aunque no hayan logrado la excelencia de sus obras mayores, son películas meritorias. Es el caso de “Que la cosa funcione” (2009) y “Medianoche en París” (2011).
“Dos extraños amantes” obtuvo Oscars a la mejor película, al mejor guion original y a la mejor actriz protagónica (Diane Keaton). “Hannah y sus hermanas” ganó Oscars al mejor guion original, mejor actor secundario (Michael Caine) y mejor actriz secundaria (Dianne West). Esta última accedió a un Oscar similar por otra película de Woody Allen: “Disparos sobre Broadway”. Como guionista o director, Allen ha sido nominado en numerosas oportunidades para un Oscar.
Muchas de sus películas han tenido elencos realmente estelares. Quizás por ello, a partir de los ’80, en general sus protagonistas principales son presentados en los títulos de crédito ordenados alfabéticamente. Diane Keaton y Mia Farrow, ambas ex parejas de Woody Allen, han sido los intérpretes que más películas han filmado bajo la batuta de este realizador. En ocasiones, ha trabajado como actor en filmes de otros directores, como “Sueños de un seductor” (Herbert Ross, 1972), “El testaferro (Martin Ritt, 1976) y “Escenas en un supermercado” (Paul Mazursky; 1991).      

“La piel que habito”. Origen: España-Francia (2011).

Dir.: Pedro Almodóvar. Guion: Pedro Almodóvar, basado en la novela “Tarántula”, de Thierry Jonquet.. Prod: Agustín Almodóvar y Esther García. Fotografía: José Luis Alcaine. Montaje: José Salcedo. Música: Alberto Iglesias. Protags: Antonio Banderas, Elena Anaya, Marisa Paredes, Eduard Fernández, Jan Cornet, Roberto Álamo, Blanca Suárez. Duración: 117 minutos.

 Décimo octavo largometraje de Almodóvar, “La piel que habito” es uno de sus películas más negras. La trama es tan inusual y con pasajes inverosímiles como en tantos de sus filmes anteriores. Pero el humor –siempre presente en uno u otro momento de las cintas del cineasta manchego–, aquí prácticamente no aparece. Aparecen las tragedias propias del cine de Pedro y con ello el melodrama exacerbado debería estar servido. Y lo está, aunque Almodóvar trata con cierto distanciamiento y algo de frialdad su historia de amor, pese a que, quizás más que nunca en la filmografía del director español, ésta es imposible…
Hay una historia frankestiana en “La piel…”, que remite a la ciencia ficción, aspecto que Almodóvar se preocupa en pulir. Su Dr. Frankestein –de apellido Ledgard, encarnado por Antonio Banderas– es un médico cuya capacidad como científico queda al servicio de su propia enajenación, sus obsesiones, la necesidad de venganza y el deseo. Por supuesto, tratándose una obra de Almodóvar, la construcción de una nueva corporalidad humana da preponderancia a la cuestión sexual (en este caso, a la transexualidad).
Los personajes van destruyéndose unos a otros, casi sin piedad para ninguno de ellos. La pareja principal –a cargo de Banderas y Elena Anaya– lleva a cabo un juego peligroso, una relación enfermiza que conduce a la tragedia. Pues Ledgard se enamora de su conejillo de Indias, al que inicialmente manipuló y sometió por venganza. Esto es, Frankestein se enamora de su creación. Por momentos, uno advierte cierta solemnidad en la historia. Pero la impecable puesta en escena –con bellos encuadres, adecuados flashbacks que hacen retroceder y avanzar a la trama para orientar eficientemente al espectador, y eficaces actuaciones (particularmente, Marisa Paredes)– apuntalan a este buen film.   
Quizás más que en el resto de la filmografía almodovariana, “La piel que habito” ofrece toda una serie de homenajes cinéfilos. Amén de la historia de Frankestein, tantas veces llevada a la pantalla, hay fuertes referencias a “Los ojos sin cara” (Georges Franju; 1960), una película muy singular. También a “El coleccionista” (William Wyler; 1965) y a Vértigo (Alfred Hitchcock; 1958). Todas ellas cintas inquietantes. 

“Quiero matar a mi jefe” (“Horrible bosses”).

Origen: EE.UU. (2011). Dir.: Seth Gordon. Guion: Michael Markowitz, John Francis Daley y Jonathan Goldstein. Prod: Brett Ratner y Jay Stern. Fotografía: David Hennings. Montaje: Peter Teschner. Música: Christopher Lennertz. Protags: Jason Bateman, Charlie Day, Jason Sudeikis, Kevin Spacey, Colin Farrell, Jennifer Aniston, Jamie Foxx, Donal Shuterland, Ioan Gruffud. Duración: 98 minutos. 
Tres amigos (Bateman, Day y Sudeikis) soportan las tropelías de sus respectivos jefes laborales (Spacey, Farrell y Aniston) y toman una decisión extrema. No es raro que los jefes sean difíciles de sobrellevar, pero éstos son execrables. Aún sí, ¿cómo justifica la trama tamaña resolución? Hay una escena clave para ello; otro personaje –desocupado–, se presenta en un bar en donde están los tres protagonistas y se ofrece a masturbarlos a cambio de algún dinero. ¿Un escenario posible para nuestros muchachos? En épocas de crisis económica, cualquier alternativa fuera de lo común –incluyendo al crimen– puede justificar el horror a un futuro de indignidad…
 
Hay allí una crítica social. En esencia, “Quiero matar a mi jefe” es una comedia negra, en el marco de la actual crisis económica. Los malos de la película son seres humanamente horribles –tal cual lo expresa el título original–; contexto en el que destaca la brillante interpretación de Kevin Spacey. Pero las tres víctimas no sólo distan de ser dechados de virtudes, sino que son mostrados como bastante torpes, algo tontos, imprevisibles y con defectos que la historia subraya una y otra vez. Así las cosas, la aventura que encaran está plagada de equívocos e inconvenientes.
La primera parte del film exhibe la maldad y las arbitrariedades del trío de empleadores, en un tono de incorrección política y de sátira a las relaciones de poder. Posteriormente, la historia enfatiza las desventuras y torpezas de los protagonistas. Abundan los gags divertidos, con varias escenas bien resueltas y otras no tanto, pero, en general, la trama funciona bien y entretiene. Como en otras comedias que últimamente ha producido Hollywood, el disparate y los excesos no escasean. Es de destacar una secuencia en donde un GPS parlante se roba el protagonismo.
Dentro de un nivel interpretativo más que aceptable, resalta Charlie Day, quizás el menos conocido en nuestro país de los tres actores principales. Su particular tono de voz, su expresivo rostro y el manejo corporal que despliega permite pensar que estamos frente a un excepcional comediante. Otro aspecto interesante de la película se marca al final, cuando queda claro que es muy poco posible cambiar las reglas de juego laborales. Por lo menos en el seno de la sociedad estadounidense.   

“Vaquero”

Origen: Argentina (2011). Dir.: Juan Minujín. Guion: Facundo Agrelo y Juan Minujín. Prod: Sebastián Poce y Diego Dubcobsky. Fotografía: Lucio Bonelli. Montaje: Pablo Barbieri. Música: Diego Vainer. Dir. de arte: Sebastián Roses. Protags: Juan Minujin, Leonardo Sbaraglia, Daniel Fanego, Pilar Gamboa, Guillermo Arengo. Duración: 87 minutos.
“Vaquero” es el primer largometraje dirigido por Juan Minujín (Buenos Aires, 1975), intérprete de teatro y de cine. Film poco convencional en la actual factura argentina, narra las vicisitudes de Julián Lamar, un actor interpretado por el mismísimo Minujín, que debe pelárselas para trabajar en su profesión. Lamar es un antihéroe, un perdedor, pero es difícil hacer empatía con él, pues es pintado descarnadamente. Su inseguridad y su neurosis son tales que lo llevan a fracasar en los intentos de conducir a buen puerto su trabajo. Incluso, a solucionar su vacío afectivo; cuando tiene oportunidad de entablar una relación con una joven que se interesa por él, aparece lo peor de su personalidad y arruina todo.
Lamar es, por otra parte, el protagonista excluyente de este film. No sólo porque todas las cenas giran a su alrededor, sino, además, porque la visión del particular mundillo en que se desenvuelve es narrada a través de su voz en off, que exterioriza un pensamiento cargado de frustración y de una mirada ácida hacia el entorno. Los monólogos-pensamientos de Lamar son impíos; atacan a sus pares, pero también a sí mismo.
Para reflejar acertadamente la atmósfera de angustia existencial, Minujín recurre a una cámara “nerviosa”, en constante movimiento, con amplio dominio de los primeros planos. Todo ello logra trasladar al espectador una sensación de incomodidad compulsiva. La actuación de Juan Minujín es muy acertada; también destacan Daniel Fanego –en el rol del padre que vive menospreciando y ninguneando al atribulado Lamar– y Pilar Gamboa.
Por momentos, el recurso de la voz en off agobia a raíz de un texto demasiado recargado. Sin embargo, es una película que bien vale la pena verse. La propuesta es interesante, con un clima opresivo notablemente logrado. La construcción del personaje principal es original, particularmente en el buceo interior de una mente atormentada. Mente que cubre todos los espacios del film, pues, en definitiva, el entorno que se nos presenta no sabemos si es el real o apenas el que Lamar percibe…   

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