Cine en cartelera:

Misión: Imposible - Protocolo Fantasma (Mission: Impossible - Ghost Protocol)

Cine en cartelera:

“Poesía para el alma” (“Shi”)

Efemérides cinematográfica

Woody Allen

Recomendación en DVD:

“Balada triste de trompeta”

Las grandes películas de todos los tiempos:

“La última película” (“The Last Picture Show”)

lunes, 16 de enero de 2012

“Tournée” (“On Tour”).

Origen: Francia (2010). Dir: Mathieu Amalric. Guión: Mathieu Amalric, Marcello Novais Teles, Philippe Di Folco. Productora: Les Films du Poisson / Sofica Europacorp. Fotografía: Christophe Beaucarne. Protags: Miranda Colclasure, Suzanne Ramsey, Julie Atlas Muz, Alexander Craven, Mathieu Amalric, Angela de Lorenzo, Damien Odoul, Dirty Martini, Julie Ferrier, Anne Benoît, Pierre Grimblat Duración: 111 minutos.
Última película de Mathieu Amalric, la misma obtuvo siete nominaciones en los premios Cesar incluyendo mejor película y obtuvo los galardones de mejor director y FIPRESCI en el Festival de Cannes. Para muchos críticos la premiación a mejor director fue excesiva, por mi parte, no era una elección fácil para el jurado -bien se lo podría haber llevado Lee Chang-dong por “Poetry” o Abbas Kiarostam por “Roonevesht barabar asl ast”- de modo que retribuir el trabajo de Mathieu fue acertado. No es el primer filme de su autoría, pero sí el primero que logra “hacer ruido”, razón por la cual logra llegar en formato DVD a nuestro país.
Con el riff de Have Love Will Travel (del grupo The Sonics) Joachim (Amalric), un antiguo productor televisivo que está de vuelta en su Francia natal nos sumerge en el mundo del “New Burlesque”, compuesto por un grupo de talentosas y voluptuosas bailarinas a las que les ha prometido llevar el show hasta la capital de su país. De aquí en más se mantendrá una narrativa en fuga, iremos descubriendo la realidad de Joachim, la estrecha relación con sus hijos y el desprecio de sus ex colegas. La distancia no parece indultar. A la vez, deberá conservar el carisma para esa felliniana troupe que ante cualquier escándalo le recuerdan esquivamente que el show les pertenece únicamente a ellas.
Una elipsis de inquietudes parece irse gestando, pero también de remordimientos. En ese paraíso de la contracultura se siente como en su familia, el único lugar donde una sonrisa parece transportarlo. Conoceremos los conflictos de las artistas y sus debilidades prácticamente en un segundo plano, en contraste, irá creciendo ese anhelo en Joachim por recibir algo de afecto, sus hijos le han perdido el respeto tiempo atrás y la afinidad con su show parece pender de un hilo si no puede cumplir con sus promesas.
El uso de encuadres descentrados (sobre todo en interiores) como medio de expresión funcionan con los diferentes matices, allí encontraremos los mejores picos del film, del cual ya no seremos espectadores privilegiados. Seremos parte de esa multitud eufórica que desconoce la oscuridad de sus vidas más allá del escenario, destinadas al igual que nuestro protagonista a afrontarla. Con no demasiados recursos el film impresiona por su puesta en escena, construyendo un marco en el cual, tanto imagen como relato consiguen forjar el inminente contexto, donde predominan contrariedades, disputas y promesas incumplidas. Pero nada de esto parece importar, únicamente que el show debe continuar.   

jueves, 12 de enero de 2012

Misión: Imposible - Protocolo Fantasma (Mission: Impossible - Ghost Protocol).

Origen: Estados Unidos (2011). Dirección: Brad Bird. Guión: Josh Appelbaum y André Nemec. Diseño de producción: James D. Bissell. Fotografía: Robert Elswit. Montaje: Paul Hirsch. Protags: Tom Cruise, Jeremy Renner, Paula Patton, Simon Pegg, Michael Nyqvist, Léa Seydoux, Ving Rhames y Tom Wilkinson. Duración: 133 minutos.
Uno espera la llegada de estos llamados tanques cinematográficos, y más aún cuando detrás se encuentra un equipo que respira cine y sabe ofrecer al espectador un producto entretenido que a su vez cuenta con lo último en tecnología digital. Hace tiempo, al enterarme que Brad Bird –director de “Los increíbles”- sería el que lideraría esta cuarta entrega inmediatamente me invadió la curiosidad: ¿podría el señor Bird demostrar su talento en el cine de acción pero esta vez con personas de carne y hueso? Esa pregunta me la respondió este jueves y aquí les traigo la respuesta y, déjenme ser un poco cliché, esta última entrega resultó mejor, imposible.
Esta vez Ethan (Cruise) las tendrá muy difíciles y se quedará sin el apoyo de su central de inteligencia (de ahí el título “Protocolo fantasma”) ya que la misma se ha disuelto como consecuencia de un posible atentado al Kremlin que los coloca como posibles responsables. Pero no estará solo, contará con el apoyo de Jane Carter (Paula Patton), Benji (Simon Pegg) y el recién llegado Brandt (Jeremy Renner). De Rusia a Dubai y de Dubai a India serán los escenarios que recorrerán nuestros protagonistas siguiendo las pistas del único responsable, un tal Cobalt (Michael Nyqvist, el mismo de la saga sueca Millennium) e intentarán detenerlo pero esta vez con más inteligencia que recursos a su disposición.
Si hay algo que deberíamos criticar podría ser la poca inventiva con respecto a la trama; una vez más los malos intentaran romper los estrechos lazos de paz que existen entre Estados Unidos y Rusia con el objeto de iniciar una guerra nuclear. Sin embargo, la mano del director para concebir unos set-pieces admirables y una narrativa eficaz con sus toques de humor característicos que se complementan con una edición a la altura de las circunstancias logran mitigar esta cuestión. La fuga de una prisión rusa, la odisea de escalar un edificio vidriado desde el piso 130 para hackear un servidor, la persecución bajo la tormenta de arena y la escena del estacionamiento son realmente envidiables.
La excelente banda sonora de Lalo Schifrin es además utilizada con gran maestría, el 5/4 es la base rítmica de casi la totalidad del tema, es una base que genera tensión, de manera que se acopla con perfecta armonía a la puesta en escena y a la actuación de Tom Cruise que no deja lugar a dobles de riesgo generando en el espectador un viaje adrenalínico y eufórico. La trama será algo imposible de seguir con coherencia, los diálogos explicativos parecen resultar una excusa para llegar lo antes posible a la siguiente escena de acción que será mejor que la anterior. Solo me queda decir gracias. Esta crítica no se autodestruirá en 5 seg.   

“Poesía para el alma” (“Shi”).

Origen: Corea del Sur (2010). Dir. y guion: Chang-dong Lee. Prod: Jun-dong Lee. Fotografía: Hyun Seok Kim. Montaje: Hyun Kim. Sonido: Seung-cheol Lee. Protags: Jeong-hie Yun, Nae-sang Ahn, Da-wit Lee, Hira Kim, Myong-Sin Park. Duración: 139 minutos. Hablada en coreano, con subtítulos en español.

Hay en este film coreano una protagonista exclusiva: Mi-Ja, una señora mayor (interpretada por Jeong-hie Yun, en una composición impecable). Y tres temas que la desvelan: la participación de su nieto –con quien convive– en una serie de acciones terribles que derivaron en un suicidio, el descubrimiento de que padece mal de Alzheimer y su denodado empeño en escribir poemas (con asistencia a clases de aprendizaje). Esto último justifica el título original y el que se le ha dado en inglés (“Poetry”). Como es costumbre, los distribuidores han preferido emplear aquí uno menos ajustado a lo que la obra desea transmitirnos. De todas maneras, debe agradecerse que “Poesía para el alma” haya accedido al circuito de los cines comerciales en Argentina, convirtiéndose en la primera película de Jun-dong Lee que se estrena por estas tierras.
El profesor de las clases a las que concurre Mi-Ja dice que la poesía es el arte de mirar. También el cine lo es. El director se toma más de dos horas en narrar una película bellamente filmada, pero además, con un vuelo lírico que le permite elevarse por sobre el contexto de dolor y de fatalidad de la historia. El proceso de aprendizaje poético de Mi-Ja consiste, precisamente, en aprender a mirar. Ella se obstina en observar flores, aves, frutos… pero encuentra la belleza e inspiración necesaria en la tragedia de Agnes (la adolescente que se ha suicidado).
Además, y sin estridencias, Chang-dong Lee expone el egoísmo y la hipocresía de la sociedad coreana. Los padres de los chicos involucrados en la serie de vejaciones desean comprar el silencio de la familia de Agnes. Ninguno parece conmoverse por la tragedia y el dolor. Sólo Mi-Ja, a despecho de su progresiva enfermedad degenerativa, es sensible al drama. El mundo de la anciana es duro (un nieto a su cargo que actúa como un autómata, un trabajo de cuidadora de un anciano parapléjico) y se complica con la tragedia y el descubrimiento del mal que la aqueja.
La sensibilidad de Mi-Ja coincide con la sensibilidad del director para contar una historia terrible. Con delicadeza, sencillez y admirable precisión narrativa, Chang-dong Lee conduce adecuadamente la trama y nos entrega una película digna de verse. Amén de la tragedia, del dolor de una vida –la de Mi-Ja– golpeada por hechos crueles y de la deshumanización de una sociedad, el cineasta coreano nos habla del hecho artístico, de sus dificultades inspirativas y de su necesidad de captar adecuada y oiginalmente la esencia de aquello que nos rodea…
    

“Balada triste de trompeta”.

Origen: España-Francia (2010). Dir. y guion: Álex de la Iglesia. Prod: Yousaf Bokhari, Vérane Frédiani, Gerardo Herrero, Adrian Politowski, Franck Ribière, Gilles Waterkeyn. Dirección artística: Eduardo Hidalgo. Montaje: Alejandro Lázaro. Fotografía: Kiko de la Rica Música: Roque Baños. Sonido: Carlos Schmukler. Vestuario: Paco Delgado. Protags: Carlos Areces, Antonio de la Torre, Carolina Bang, Santiago Segura, Manuel Tallafé, Gracia Olayo, Enrique Villén, José Manuel Cervino, Terele Pávez, Fernando Guillén Cuervo, Sancho Gracia, Fofito, Fran Perea. Duración: 105 minutos.

Última obra de la interesante filmografía de Álex de la Iglesia, se estrenó en Rosario en la segunda mitad de 2011… y sólo permaneció una semana en cartelera. Una pena, pues si bien es un film con algunos puntos criticables, significa una elogiable mejoría del director español, respecto de su anterior y totalmente fallido título (“Los crímenes de Oxford”; 2008). Película bizarra, si las hay, “Balada…” despliega, en poco más de 100 minutos, un ritmo vertiginoso, con mucha violencia, personajes y situaciones grotescas, una ímproba historia de amor y un contexto histórico, que salta desde la Guerra Civil española (1937) hasta 1973, con Franco aún en el gobierno.


La trama se desarrolla en un ambiente circense. Bien podría llamarse “Los payasos sanguinarios”, habidas cuentas que tres de estos clásicos personajes del circo protagonizan una serie de acciones terribles, con sangre y crímenes incluidos. Los clowns de “Balada…” no hacen reír al espectador. Dos de ellos –padre e hijo–, cargan con sendas historias trágicas, y el tercero, increíblemente violento aclara en cierto momento que de no ser payaso, sería un asesino. Así las cosas, no hay lugar sino para el disparate, pero en el marco de una trama amarga, maldita, desmadrada y con el estigma de la venganza como móvil de muchas acciones.
A favor de la gestión de de la Iglesia, debe reconocerse su arriesgada actitud de llevar a la pantalla una historia nada convencional y provocativa. Sus desbordes han sido filmados con singular maestría, mediante una fotografía impecable y movimientos de cámara que logran transmitir eficazmente el clímax buscado. Las matanzas, las situaciones de violencia, los rostros desfigurados, la degradación humana… son mostrados a través de imágenes que mixturan lo gore con el barroquismo, pero que no espantan. Más bien atrapan al espectador, quizás por algo que yace detrás del intenso despliegue visual: el lirismo de estas imágenes. Su poesía. La puesta en escena es soberbia.
Pero el trasfondo de historia y crónica social que una y otra vez aparecen en el film, nos permite pensar que Álex de la Iglesia pecó por presuntuoso. La serie de referencias al contexto español durante parte del siglo XX –algunas incorporadas a la trama, otras mostradas en imágenes de archivo– quizás sea excesiva (Guerra Civil, Francisco Franco, la construcción del Valle de los Caídos, la música popular y la TV española durante los ’60 y ’70, Gaby, Fofó y Miliki, la voladura del auto de Luis Carrero Blanco por un atentado de ETA). Incluso el drama de los dos payasos luchando por el amor de una mujer parece recrear metafóricamente la división histórica de España. Lo que es excesivo y queda como una ambiciosa alegoría… fallida. El punto más cuestionable de ese apabullante intento de trascendencia está en el hecho de filmar la escena final en la cruz del Valle de los Caídos, aunque también veamos allí un guiño a Alfred Hitchcock (“Intriga internacional; 1959). Todo ello desmerece, pero no ahoga las virtudes de la película. El gran manejo de la cámara de este director queda manifiesto como pocas veces y su talento visual deslumbra. “Balada triste de trompeta” merece ser vista.   

lunes, 9 de enero de 2012

“Más corazón que odio” (“The Searchers”).

Origen: EE.UU. (1956). Dir: John Ford. Guion: Frank S. Nugent, basado en una novela de Alan Le May . Prod: C.V. Whitney, Patrick Ford y Merian C. Cooper. Fotog: Winton C. Hoch. Montaje: Jack Murray. Música: Max Steiner. Dirección artística: James Basevi y Frank Hotaling. Protags: John Wayne, Jeffrey Hunter, Natalie Wood, Ward Bond, Vera Miles, Harry Carey Jr., Hank Worden, Henry Brandon, Olive Carey. Duración: 119 minutos.

Rodada en escenarios naturales, “Más corazón que odio” no sólo es uno de los mayores westerns, sino una obra magnífica, filmada con excelencia técnica y que admite varias lecturas (política, histórica, psicológica, dramática, etc.). La trama se ocupa de la confrontación entre colonos y aborígenes. Pero asimismo, de la contraposición entre dos mundos incompatibles: el de Ethan Edwards (John Wayne) –ex combatiente de la Guerra de la Secesión, hombre individualista, épico y amante de los grandes espacios solitarios–, tan vetusto como el de los indígenas, y el de la civilización de posguerra, con la expansión de los grupos de colonos hacia el oeste y en donde el individualismo va perdiendo vigencia. Esencialmente, la cinta trata de la historia de una búsqueda humana por los desiertos del oeste norteamericano. La misma se lleva a cabo a lo largo de unos cinco años y ocupa, esencialmente a Ethan y a Martin Pawley (Jeffrey Hunter), un mestizo.
A poco de comenzar la película, ocurre la tragedia que justifica la trama, causada por un grupo de indios comanches a expensas de la familia de Ethan. Allí se inicia la búsqueda que justifica el título original del film. Y aparece el carácter racista del mismo; los aborígenes son mostrados como individuos malignos e inferiores y el enfoque político-histórico es claro: no son ellos las víctimas –a pesar del despojo de sus tierras–, sino los colonos blancos. La violencia en contra de los salvajes y su exterminio se justifica a partir de tal visión. Ethan no es un pistolero, pero sí un individuo rencoroso, vengativo y terriblemente racista. A pesar de la mirada discriminadora hacia los pueblos originarios, es en la caracterización de Ethan donde Ford muestra las contradicciones de la “civilización”. La búsqueda de su sobrina Debbie (Natalie Wood) parece más motivada por el odio que por el afecto.
Puede, entonces, cuestionarse claramente la visión de John Ford sobre el conflicto indios-blancos en esa etapa histórica de EE.UU. Pero lo que no se puede hacer es dejar de reconocer la calidad de la película, en donde cada escena está filmada con maestría, se respira una auténtica tensión en varios momentos, hay secuencias de persecuciones y enfrentamientos verdaderamente memorables, instantes de humor pese a lo trágico de la historia, sencillos pero profundos análisis de la condición humana, belleza en las imágenes, un dejo de melancolía que tiñe toda la historia y excelentes interpretaciones. John Wayne lleva a cabo la actuación de su vida, pero también destacan excelentes secundarios, como Ward Bond y Hank Worden.
La profundidad de campo ha sido uno de los elementos narrativos que mejor ha utilizado el maestro Ford. Aquí da una lección de uso adecuado de este recurso. Algunas imágenes son realmente poéticas. Como “La diligencia”, puede decirse que es ésta una road movie, aunque destacan varias escenas en interiores. Sólo que aquí los largos viajes implican una búsqueda inquietante. Diferentes son los motivos que conducen a Ethan y a Martin. Este último desea rescatarla. El carácter violento y racista del primero aparece una y otra vez, y deja clara su visión negativa sobre la actualidad de Debbie. Por ello, cuando finalmente la joven es rescatada de los comanches, tiene lugar una escena de gran tensión, con rápida persecución de Ethan en pos de la joven. Finalmente, ocurre un giro acabadamente filmado: Ethan no mata a Debbie y la levanta en brazos para regresarla con los blancos.
Entre tantas, hay otras dos escenas inolvidables. La primera es el ataque de los comanches al rancho. Ford la resuelve de forma admirable. Aparecen indicios de que los indios andan por allí. Crece el temor y la histeria de los personajes. Debbie es apartada y enviada a esconderse. De pronto una sombra inquietante oscurece el plano, al presentarse ante la niña. Es la del jefe comanche. La escena se cierra allí. La masacre no es mostrada. Ni falta que hace. Y la otra gran escena es el final, con el plano secuencia quizás más famoso del cine. Ethan y Martin han traído a la joven a casa. Quienes están allí salen a recibirlos. Todos entran en el rancho, regocijados. La cámara, desde el interior del mismo, muestra la silueta de Ethan, quien queda fuera, observando a los demás. Gira sus pasos y se aleja. Es la inequívoca actitud de un solitario que ha cumplido con una misión, pero que no tiene cabida en ese mundo. Vuelve a su desamparo…    

Woody Allen (1 de diciembre de 1935; Brooklyn, Nueva York, EE.UU.).

Realizador, actor y guionista cinematográfico. Nacido en el seno de una familia judía, con el nombre de Allan Stewart Königsberg, a temprana edad comenzó a escribir chistes para revistas de humor y cómicos profesionales, como Sid Caesar, Art Cartney y Ed Sullivan. En los ’60 actuó como cómico y animador en diversos espectáculos, incluyendo la televisión. Desde 1965 en el cine, al principio intervino como guionista y actor. A partir de 1969 comenzó su carrera como director. Cineasta prolífico, paulatinamente se fue convirtiendo en uno de los más respetados e influyentes del cine norteamericano. 
Allen ha incursionado también en el teatro e incluso es autor de algunos libros. Su especialidad es la comicidad, caracterizada por los diálogos chispeantes, los juegos de palabras, los gags satíricos y caústicos y las referencias culturales y artísticas. Los temas de muchas de sus películas han sido autorreferenciales, y han tenido que ver con sus obsesiones: la fragilidad del amor, la inestabilidad de la pareja, el sexo, el peso de la culpa, el psicoanálisis, la muerte, la posición ante la creencia religiosa, la intelectualidad y su snobismo, los ambientes urbanos, el arte, la cinefilia, la pasión por la música, etc. El conjunto, en sus obras mayores, ha sido un cóctel realmente apasionante.
El aporte de Woody Allen a la comedia ha sido fundamental, aunque también ha incursionado con mayor o menor acierto en el drama (“Interiores”, 1978; “Recuerdos”, 1980; “Setiembre”, 1987; “La otra mujer”, 1988; “Match Point”, 2005 y “El sueño de Cassandra”, 2007), en algunos casos con claras influencias de algunos directores europeos (Bergman, Fellini). Algunas de estas últimas –particularmente “Setiembre” y “El suelo de Cassandra”– han quedado lastradas por el sofocante tratamiento de las tensiones dramáticas.
Desde lo formal, Allen ha recurrido a ciertos recursos que ha sabido emplear adecuadamente, tales como los personajes hablando a la cámara, la voz en off, resoluciones inverosímiles (un actor que “escapa” de una película, personajes de ficción literaria que se encarnan en seres reales, muertos que entablan diálogos con individuos vivientes, etc.). Abundan las frases ingeniosas y controvertidas. Pero quizás el aspecto más notable del cine de este realizador ha sido la precisión y eficacia con que ha intercalado algunos gags brillantes dentro de tramas tensas y complejas.
 
“Robó, huyó y lo pescaron” (1969), su primera experiencia como director, reveló su impericia en la narrativa cinematográfica, aunque es una obra plena de momentos de comicidad. Durante los ’70 fue paulatinamente puliendo su estilo y su capacidad como cineasta, para llegar a realizar obras notables como “Dos extraños amantes” (1977), “Interiores” (1978) y “Manhattan” (1979). En la década siguientes merecen destacarse por su excelencia: “La rosa púrpura de El Cairo” (1985), “Hannah y sus hermanas” (1986) y “Crímenes y pecados” (1989). Los ’90 significaron una época en donde Allen aportó varias cintas excelentes, como “Misterioso asesinato en Manhattan” (1993), “Disparos sobre Broadway” (1994), “Todos dicen te quiero” (1996) y “Los secretos de Harry” (1997).
Posteriormente, Woody realizó varios filmes decididamente mediocres, como “Melinda y Melinda” (2004), “Scoop” (2006), “El sueño de Cassandra” (2007) y “Vicky Cristina Barcelona” (2008) y otros algo más logrados: “La maldición del escorpión de jade” (2001) y “Match Point” (2005). Ello implicó que el respetado director fuera perdiendo vigencia entre no pocos críticos, que le cuestionaron cierta tendencia a la reiteración y a la falta de inspiración. Sin embargo, un aspecto es irrebatible: aún en sus obras menos logradas, difícilmente el viejo Woody filme películas carentes de interés, circunstancia que lo sigue manteniendo por encima de otros directores que suelen ser consagrados por el snobismo de la crítica y cuyo pretendido esplendor no va más allá de unos pocos años. Por otra parte, algunos de los últimos títulos de Allen, aunque no hayan logrado la excelencia de sus obras mayores, son películas meritorias. Es el caso de “Que la cosa funcione” (2009) y “Medianoche en París” (2011).
“Dos extraños amantes” obtuvo Oscars a la mejor película, al mejor guion original y a la mejor actriz protagónica (Diane Keaton). “Hannah y sus hermanas” ganó Oscars al mejor guion original, mejor actor secundario (Michael Caine) y mejor actriz secundaria (Dianne West). Esta última accedió a un Oscar similar por otra película de Woody Allen: “Disparos sobre Broadway”. Como guionista o director, Allen ha sido nominado en numerosas oportunidades para un Oscar.
Muchas de sus películas han tenido elencos realmente estelares. Quizás por ello, a partir de los ’80, en general sus protagonistas principales son presentados en los títulos de crédito ordenados alfabéticamente. Diane Keaton y Mia Farrow, ambas ex parejas de Woody Allen, han sido los intérpretes que más películas han filmado bajo la batuta de este realizador. En ocasiones, ha trabajado como actor en filmes de otros directores, como “Sueños de un seductor” (Herbert Ross, 1972), “El testaferro (Martin Ritt, 1976) y “Escenas en un supermercado” (Paul Mazursky; 1991).      

“La piel que habito”. Origen: España-Francia (2011).

Dir.: Pedro Almodóvar. Guion: Pedro Almodóvar, basado en la novela “Tarántula”, de Thierry Jonquet.. Prod: Agustín Almodóvar y Esther García. Fotografía: José Luis Alcaine. Montaje: José Salcedo. Música: Alberto Iglesias. Protags: Antonio Banderas, Elena Anaya, Marisa Paredes, Eduard Fernández, Jan Cornet, Roberto Álamo, Blanca Suárez. Duración: 117 minutos.

 Décimo octavo largometraje de Almodóvar, “La piel que habito” es uno de sus películas más negras. La trama es tan inusual y con pasajes inverosímiles como en tantos de sus filmes anteriores. Pero el humor –siempre presente en uno u otro momento de las cintas del cineasta manchego–, aquí prácticamente no aparece. Aparecen las tragedias propias del cine de Pedro y con ello el melodrama exacerbado debería estar servido. Y lo está, aunque Almodóvar trata con cierto distanciamiento y algo de frialdad su historia de amor, pese a que, quizás más que nunca en la filmografía del director español, ésta es imposible…
Hay una historia frankestiana en “La piel…”, que remite a la ciencia ficción, aspecto que Almodóvar se preocupa en pulir. Su Dr. Frankestein –de apellido Ledgard, encarnado por Antonio Banderas– es un médico cuya capacidad como científico queda al servicio de su propia enajenación, sus obsesiones, la necesidad de venganza y el deseo. Por supuesto, tratándose una obra de Almodóvar, la construcción de una nueva corporalidad humana da preponderancia a la cuestión sexual (en este caso, a la transexualidad).
Los personajes van destruyéndose unos a otros, casi sin piedad para ninguno de ellos. La pareja principal –a cargo de Banderas y Elena Anaya– lleva a cabo un juego peligroso, una relación enfermiza que conduce a la tragedia. Pues Ledgard se enamora de su conejillo de Indias, al que inicialmente manipuló y sometió por venganza. Esto es, Frankestein se enamora de su creación. Por momentos, uno advierte cierta solemnidad en la historia. Pero la impecable puesta en escena –con bellos encuadres, adecuados flashbacks que hacen retroceder y avanzar a la trama para orientar eficientemente al espectador, y eficaces actuaciones (particularmente, Marisa Paredes)– apuntalan a este buen film.   
Quizás más que en el resto de la filmografía almodovariana, “La piel que habito” ofrece toda una serie de homenajes cinéfilos. Amén de la historia de Frankestein, tantas veces llevada a la pantalla, hay fuertes referencias a “Los ojos sin cara” (Georges Franju; 1960), una película muy singular. También a “El coleccionista” (William Wyler; 1965) y a Vértigo (Alfred Hitchcock; 1958). Todas ellas cintas inquietantes. 

“Quiero matar a mi jefe” (“Horrible bosses”).

Origen: EE.UU. (2011). Dir.: Seth Gordon. Guion: Michael Markowitz, John Francis Daley y Jonathan Goldstein. Prod: Brett Ratner y Jay Stern. Fotografía: David Hennings. Montaje: Peter Teschner. Música: Christopher Lennertz. Protags: Jason Bateman, Charlie Day, Jason Sudeikis, Kevin Spacey, Colin Farrell, Jennifer Aniston, Jamie Foxx, Donal Shuterland, Ioan Gruffud. Duración: 98 minutos. 
Tres amigos (Bateman, Day y Sudeikis) soportan las tropelías de sus respectivos jefes laborales (Spacey, Farrell y Aniston) y toman una decisión extrema. No es raro que los jefes sean difíciles de sobrellevar, pero éstos son execrables. Aún sí, ¿cómo justifica la trama tamaña resolución? Hay una escena clave para ello; otro personaje –desocupado–, se presenta en un bar en donde están los tres protagonistas y se ofrece a masturbarlos a cambio de algún dinero. ¿Un escenario posible para nuestros muchachos? En épocas de crisis económica, cualquier alternativa fuera de lo común –incluyendo al crimen– puede justificar el horror a un futuro de indignidad…
 
Hay allí una crítica social. En esencia, “Quiero matar a mi jefe” es una comedia negra, en el marco de la actual crisis económica. Los malos de la película son seres humanamente horribles –tal cual lo expresa el título original–; contexto en el que destaca la brillante interpretación de Kevin Spacey. Pero las tres víctimas no sólo distan de ser dechados de virtudes, sino que son mostrados como bastante torpes, algo tontos, imprevisibles y con defectos que la historia subraya una y otra vez. Así las cosas, la aventura que encaran está plagada de equívocos e inconvenientes.
La primera parte del film exhibe la maldad y las arbitrariedades del trío de empleadores, en un tono de incorrección política y de sátira a las relaciones de poder. Posteriormente, la historia enfatiza las desventuras y torpezas de los protagonistas. Abundan los gags divertidos, con varias escenas bien resueltas y otras no tanto, pero, en general, la trama funciona bien y entretiene. Como en otras comedias que últimamente ha producido Hollywood, el disparate y los excesos no escasean. Es de destacar una secuencia en donde un GPS parlante se roba el protagonismo.
Dentro de un nivel interpretativo más que aceptable, resalta Charlie Day, quizás el menos conocido en nuestro país de los tres actores principales. Su particular tono de voz, su expresivo rostro y el manejo corporal que despliega permite pensar que estamos frente a un excepcional comediante. Otro aspecto interesante de la película se marca al final, cuando queda claro que es muy poco posible cambiar las reglas de juego laborales. Por lo menos en el seno de la sociedad estadounidense.   

“Vaquero”

Origen: Argentina (2011). Dir.: Juan Minujín. Guion: Facundo Agrelo y Juan Minujín. Prod: Sebastián Poce y Diego Dubcobsky. Fotografía: Lucio Bonelli. Montaje: Pablo Barbieri. Música: Diego Vainer. Dir. de arte: Sebastián Roses. Protags: Juan Minujin, Leonardo Sbaraglia, Daniel Fanego, Pilar Gamboa, Guillermo Arengo. Duración: 87 minutos.
“Vaquero” es el primer largometraje dirigido por Juan Minujín (Buenos Aires, 1975), intérprete de teatro y de cine. Film poco convencional en la actual factura argentina, narra las vicisitudes de Julián Lamar, un actor interpretado por el mismísimo Minujín, que debe pelárselas para trabajar en su profesión. Lamar es un antihéroe, un perdedor, pero es difícil hacer empatía con él, pues es pintado descarnadamente. Su inseguridad y su neurosis son tales que lo llevan a fracasar en los intentos de conducir a buen puerto su trabajo. Incluso, a solucionar su vacío afectivo; cuando tiene oportunidad de entablar una relación con una joven que se interesa por él, aparece lo peor de su personalidad y arruina todo.
Lamar es, por otra parte, el protagonista excluyente de este film. No sólo porque todas las cenas giran a su alrededor, sino, además, porque la visión del particular mundillo en que se desenvuelve es narrada a través de su voz en off, que exterioriza un pensamiento cargado de frustración y de una mirada ácida hacia el entorno. Los monólogos-pensamientos de Lamar son impíos; atacan a sus pares, pero también a sí mismo.
Para reflejar acertadamente la atmósfera de angustia existencial, Minujín recurre a una cámara “nerviosa”, en constante movimiento, con amplio dominio de los primeros planos. Todo ello logra trasladar al espectador una sensación de incomodidad compulsiva. La actuación de Juan Minujín es muy acertada; también destacan Daniel Fanego –en el rol del padre que vive menospreciando y ninguneando al atribulado Lamar– y Pilar Gamboa.
Por momentos, el recurso de la voz en off agobia a raíz de un texto demasiado recargado. Sin embargo, es una película que bien vale la pena verse. La propuesta es interesante, con un clima opresivo notablemente logrado. La construcción del personaje principal es original, particularmente en el buceo interior de una mente atormentada. Mente que cubre todos los espacios del film, pues, en definitiva, el entorno que se nos presenta no sabemos si es el real o apenas el que Lamar percibe…   

“Habemus Papa” (“Habemus Papam”).

Origen: Italia-Francia (2011). Dir.: Nanni Moretti. Guion: Nanni Moretti, Francesco Piccolo y Federica Pontremoli. Prod: Nanni Moretti y Domenico Procacci. Fotografía: Alessandro Pesci. Montaje: Esmeralda Calabria. Música: Franco Piersanti. Protags: Michel Piccoli, Nanni Moretti, Margherita Buy, Jerzy Stuhr, Renato Scarpa. Duración: 104 minutos.
Quizás como en ninguna de sus películas anteriores, Nanni Moretti nos sorprende en el tratamiento del tema que ha querido a narrar. No es otro que el de la inesperada reacción de un cardenal, que acaba de ser elegido Papa. Quizás todos esperábamos un Moretti contestatario, corrosivo y crítico de las intrigas y juegos de poder que, muy probablemente, acompañan a las elecciones papales. Tampoco hay alusión a otros hechos escandalosos que han rodeado al Vaticano; la corrupción financiera, por ejemplo. El director italiano opta aquí por un tono de comedia, con varias escenas cómicas y delirantes.
Pero lo más interesante es que “Habemus Papa” admite más de una lectura. La comedia funciona, particularmente a partir de la naturaleza burda y casi bizarra de algunas situaciones (particularmente las que involucran el accionar colectivo de los cardenales literalmente encerrados en el Vaticano). Aunque conviene destacar un aspecto contrastante: el personaje de Melville que se niega a asumir su condición de papa electo, está construido desde la angustia existencial, la duda paralizante, el miedo escénico… y la comedia ni siquiera lo roza.

Además, varias cuestiones de la trama permiten apreciar que “Habemus Papa” no sólo es un film político, sino, además, subversivo. Lo cual reafirma el pensamiento militante de Moretti y su lucidez. Que casi todos los cardenales deseen no ser electos como papa, que prácticamente jamás los religiosos aludan a Dios –queda claro que el director plantea el conflicto como una cuestión esencialmente humana, casi despojada de cualquier tono místico–, que a partir de la huida del candidato electo el concilio se transforme en un espacio anárquico, etc., son instancias que apuntan contra el dogmatismo y la solemnidad del acontecimiento cumbre del Vaticano.
El inicio de la película muestra imágenes documentales del funeral… de Juan Pablo II. En una escena, Brummel –el menos distendido de los cardenales– se entera que no fue votado por nadie. ¿Nacionalidad de este personaje? Alemana. ¿Alusión a Ratzinger? El portavoz maneja un orden que controla las acciones de todos los que están dentro del pequeño estado. Una referencia a la burocracia. Pero, además, ese portavoz oficial es polaco. La misma nacionalidad del grupo que Karol Wojtyła llevó al Vaticano. Y que operó para la elección de Ratzinger…
    

Kevin Spacey (26 de julio de 1959; South Orange, New Jersey, EE.UU.).

Actor, director y productor cinematográfico. Estudió interpretación en New York y en 1981 debutó en teatro. Pronto fue convocado al cine; en donde durante varios años desempeñó papeles secundarios, hasta que causó una notable impresión en todo el mundo por sus excelentes interpretaciones en dos películas de 1995: “Pecados capitales” (David Fincher) y “Los sospechosos de siempre” (Bryan Singer). A partir de allí, es considerado uno de los actores norteamericanos más talentosos del cine contemporáneo.
La segunda mitad de la década de los ’90 fue la época más brillante en la carrera interpretativa de Spacey. A los filmes mencionados siguieron otros muy meritorios, como “Epidemia” (Wolfgang Petersen; 1995), “Buscando a Ricardo III” (Al Pacino; 1996), “Medianoche en el jardín del bien y del mal” (Clint Eastwood; 1997), “Los Ángeles al desnudo” (Curtis Hanson; 1997) y “Belleza americana” (Sam Mendes; 1999). En general, estas cintas permitieron que Kevin Spacey destacara componiendo a personajes complejos, no demasiado agradables.
 
Es de lamentar que, con posterioridad, Spacey haya intervenido fundamentalmente en películas mediocre o malas, como “Cadena de favores” (Mimi Leder; 2000), “La vida de David Gale” (Alan Parker; 2003), “Superman regresa” (Bryan Singer; 2006) y “Hombres de mentes” (Grant Heslov; 2009). En algunas de ellas, incluso, ha realizado caracterizaciones no demasiado afortunadas, con un dejo de afectación innecesaria. Es un llamado de atención para un intérprete talentoso, que posee un estilo más próximo a los métodos académicos que a las composiciones más naturales de los actores clásicos del cine estadounidense.
 
Ha ganado dos Oscars, como mejor actor de reparto por “Los sospechosos de siempre” y como mejor actor principal por “Belleza americana”. Además ha obtenido un buen número de nominaciones y galardones en otras premiaciones. Ha sido productor de algunos filmes (entre otros: “Red social”, 2010, David Fincher). Y ha dirigido dos películas: “Albino Alligator” (1997) y “Beyond the sea” (2004). En esta última, además, desempeñó el rol principal. Pese a su éxito en el cine, nunca dejó el teatro. Ha interpretado obras de Shakespeare, Ibsen, Molière, Chejov, O'Neill, Arthur Miller, etc. En 2003 fue nombrado director artístico del teatro Old Vic en Londres.

“El extraño caso de Angélica” (“O estranho caso de Angélica”).

Origen: Portugal-España- Francia-Brasil (2010). Dir. y guion: Manoel de Oliveira. Prod: Jacques Arhex. Fotografía: Sabine Lancelin. Montaje: Valérie Loiseleux. Protags: Ricardo Trêpa, Pilar López de Ayala, Ana Maria Magalhães, Adelaide Teixeira, Filipe Vargas. Duración: 97 minutos.
 
  Por la reacción del público dentro de la única sala en donde se estrenó, dudo que esta película permanezca mucho tiempo en Rosario. Quizás la gente se irrite por la acción minimalista. Vale destacar que fue realizada por Manoel de Oliveira, probablemente el director en actividad más anciano del panorama actual (102 años). Su primera vinculación con el cine (como actor) ocurrió en el período mudo. Aquí rescató un guion escrito hace unos 60 años, que la censura le impidió filmar. Es sorprendente la vitalidad de este hombre centenario y su amor por el séptimo arte.
“El extraño caso de Angélica” es un film atípico en la cartelera actual. Narrada con parsimonia, simpleza y hasta con deliberada elementalidad, la historia se ancla en una anécdota fantástica. Un fotógrafo profesional es convocado para tomar imágenes de una joven recién fallecida y descubre que la misma le sonríe. Claro, sólo él se percata de ello. La mujer muerta se le aparece reiteradamente, a través de escenas con efectos especiales casi rudimentarios, que remiten a los trucos primitivos de Georges Meliès (un homenaje al pionero francés, sin duda). Hay una temporalidad manifiestamente equívoca; la trama se desarrolla en el presente, con referencias a la actual crisis europea y a modos de trabajos agrícolas anticuados para la era de la maquinización. Al mismo tiempo, la costumbre de fotografiar a los muertos y la vestimenta del protagonista –Ricardo Trêpa, actor que es nieto de de Oliveira– son elementos anacrónicos.
En ese marco, aparecen características comunes del cine de Manoel de Oliveira: reiterados planos fijos (en ocasiones, además, profundos), maestría en el encuadre, acción escasa, personajes secundarios que filosofan y debaten con sencillez sobre cuestiones cotidianas, los paisajes del río Duero… Por lo demás, se prescinde de todo desarrollo psicológico de la aparente historia de amor. De Oliveira prefiere jugar con la tenue frontera entre la realidad y la fantasía. Pues, en rigor, más que un amor, el protagonista parece encontrar el ingreso a otra dimensión: la de los muertos.
No acuerdo con que “El extraño caso de Angélica” sea una gran película, mucho menos una obra maestra. Hay ciertos desniveles narrativos que, por momentos, provocan algún desinterés en la historia. El gran director portugués –cuya obra se conoce fragmentariamente en Argentina– ha realizado varios films más notables que éste (“La divina comedia”, “Viaje al principio del mundo”, “Belle toujours”, etc.). Sin embargo, merece verse. Particularmente, el espectador cinéfilo disfrutará del universo cinematográfico de un autor inclasificable, que no cesa de sorprendernos.   

Stanley Kubrick (Nueva York, EE.UU., 26 de julio de 1928).

Con solo 13 largometrajes a lo largo de 46 años, este hombre ha quedado en la historia como uno de los cineastas norteamericanos más brillantes y reconocidos. Su cine ha suscitado diferentes reacciones, fundamentalmente entre los críticos; algunos le han alabado y otros denostado. Asimismo, algunas de sus películas generaron reacciones exaltadas por tocar temas controvertidos (el sexo, el militarismo, la violencia). De todas maneras, el conjunto de su obra destaca por una inusual calidad técnica y artística.
 Nacido en el seno de un hogar de judíos no practicantes, se acercó al mundo de las imágenes a través de la fotografía, trabajando en la revista Look. A principios de los ’50 filmó tres cortometrajes. Con el apoyo económico de su familia y poco más de 20 años, realizó un primer film de larga duración: “Miedo y deseo”, que fue protagonizada por actores desconocidos y estrenada en 1953. Durante el resto de la década, Kubrick continuó filmando, cada vez con más presupuesto e intérpretes de prestigio. Merecen destacarse dos películas extraordinarias: “Casta de malditos” (1956) y “Patrulla infernal” (1957). Esta última dio lugar al reconocimiento masivo de Kubrick como cineasta meritorio.
Desde sus inicios, demostró que no le interesaba atenerse a las reglas de los estudios cinematográficos. El joven rebelde rodó luego una película inusual en su carrera: “Espartaco” (1960), con un elenco de estrellas. Posteriormente se trasladó a Londres para filmar “Lolita” (1962), de alto contenido erótico para la época. A partir de allí fijó residencia en el Reino Unido. Luego de “Dr. Insólito” (1964), realizó su film más recordado: “2001: Odisea del espacio” (1968), una obra maestra. En los ´70 dirigió otras dos cintas muy célebres “La naranja mecánica” (1971) y “Barry Lyndon” (1975). A partir de allí, su filmografía se espació cada vez más, con “El resplandor” (1980), “Nacido para matar” (1987) y “Ojos bien cerrados” (1999).
Kubrick fue un perfeccionista, capaz de reiterar una escena hasta la exasperación. Conservó para sí el control de todos los aspectos de la realización. Abarcó géneros diferentes, empleando distintas tecnologías, y trasladó a la pantalla conocidas obras literarias. Pese a ello pueden rastrearse ciertos elementos habituales en la trama de su obra: personajes sometidos a situaciones extremas, en ocasiones próximos a la locura, seres perdedores, distanciamiento afectivo, creciente violencia, desenlaces siempre alejados del happy end… Diferentes críticos le han achacado una marcada grandilocuencia, cierta frialdad y falta de compromiso emocional, carencia del sentido del ritmo cinematográfico, etc. Todo ello es bastante discutible.
Lo cierto es que este director ha filmado grandes películas, ha puesto su sello personal en el tratamiento de diversos temas y géneros, ha dirigido a sus actores con maestría y ha dejado para el patrimonio cinematográfico mundial varias escenas memorables. Entre estas últimas merecen recordarse a la del hombre mono lanzando un hueso hacia arriba y –en una admirable elipsis–, la imagen del objeto que se eleva trastocando en una nave espacial en “2001: Odisea del espacio”, a los 20 minutos finales de “Nacido para matar” y a la escena del baile entre Nicole Kidman y Skye Dumont en “Ojos bien cerrados”. Aún no estrenada esta última, Stanley Kubrick murió el 7 de marzo de 1999 en Hertforshire, Reino Unido.   

Jean-Luc Godard (3 de diciembre de 1930; París, Francia)

Una de las personalidades más relevantes del Séptimo Arte, destaca por su carácter innovador y por ser un cineasta integral, pues no sólo ha dirigido películas, sino que también ha sido crítico, guionista, productor, actor y escritor cinematográfico. Artista complejo, vanguardista, provocador y militante, sus obras han resultado especies de collage de géneros dispares, pero, a la vez, las ficciones recreadas meditan en general sobre el propio cine, en ocasiones con un fuerte lirismo e imágenes poéticas. Por otra parte, pocos realizadores han tenido, como Jean-Luc Godard, un efecto tan profundo en el desarrollo del cine contemporáneo.
Vivió sus primeros años en Suiza y posteriormente en París. Durante su época de estudiante –se graduó en Etnología en La Sorbona– se gestó su cinefilia. En 1950 comenzó su labor como crítico en “La Gazette du Cinema” y dos años después pasó a colaborar en la mítica “Cahiers du Cinema”, ambas revistas especializadas en cine. Allí trabó relación con futuros realizadores, como François Truffaut, Éric Rohmer, Claude Chabrol y Jacques Rivette. Filmó un par de cortos y, en 1959, rodó su primer largometraje: “Sin aliento” (con guion de Truffaut). Este film impactó en todo el mundo; era un homenaje al cine negro norteamericano, pero con una serie de innovaciones narrativas, como filmar con cámara en mano o saltar de un plano a otro. Fue, además, uno de los primeros hitos del movimiento cinematográfico denominado Nouvelle Vague.
 
En plena juventud y con una personalidad enérgica y emprendedora, Godard continuó filmando asiduamente durante los ’60, generando algunas de sus más célebres películas. Entre otras: “Una mujer es una mujer” (1961), “El desprecio” (1963), “Banda aparte” (1964), “Alphaville” (1965), “Pierrot el loco” (1965), “Made in USA (1966)”, “Dos o tres cosas que yo sé de ellas” (1967) y “Week End (1967). Hacia fines de la década, el cine de este realizador se fue haciendo políticamente más radical. Godard apoyó activamente al movimiento estudiantil conocido como Mayo del 68. Adhirió al maoísmo y, entre 1968 y 1972, realizó 11 películas en colaboración con Jean-Pierre Gorin, de carácter político militante, al margen de los circuitos comerciales de distribución. En ese período, junto a otras personalidades de izquierda, creó el colectivo cinematográfico Dziga Vertov.
 
En 1972 realizó “Todo va bien” y el documental “Carta a Jane”, tras lo cual el grupo Dziga Vertov se disolvió definitivamente. El resto de esa década se dedicó fundamentalmente al video televisivo. Sus obras en este formato versaron sobre la comunicación, el trabajo, el amor, etc. Durante la década del 80, Godard retornó al cine comercial. Su película más célebre en esa etapa fue “Yo te saludo, María” (1985), por el escándalo que generó, aunque bastante más lograda resultaron “Sálvese quien pueda” (1980) y “Carmen, pasión y muerte” (1983). A finales de los ’80 comenzó a trabajar en uno de sus proyectos más ambiciosos “Histoire(s) du cinéma”, serie documental sobre su particular visión de la historia del cine, que el Canal Plus francés emitió en 2000.
Durante los ´90 y los 2000, amén de su dedicación a “Histoire(s) du cinéma”, Godard realizó varios cortos, algunas películas de metraje largo, como “Nouvelle vague” (1990), “Nuestra música” (2004) y “Film socialisme” (2010). Debe señalarse, asimismo, que Jean-Luc ha participado como actor en algunas de sus cintas y también en obras de otros directores, como “El signo de Leo” (Éric Rohmer; 1960), “Cléo de 5 a 7” (Agnès Varda; 1962), “Todavía estamos todos aquí” (1997) y “Después de la reconciliación” (2000); estas dos últimas de Anne-Marie Miéville, su última mujer. Varias de sus películas han obtenido galardones en festivales de prestigio (Berlín, Venecia). También logró premios por el conjunto de su carrera (Muestra de Venecia, 1982; Oscar honorífico, 2010).
 
A pesar de la importancia reconocida a Godard, hay un prejuicio dominante: sus grandes obras habrían sido las de los años '60, para estancarse luego su capacidad creativa. Ello es absolutamente discutible. Las películas de este gran maestro no han perdido su carácter experimentador, innovador, reflexivo sobre el cine y su tendencia a confrontar este fenómeno con otras artes. Filmes como “Sálvese quien pueda”, “Carmen, pasión y muerte” y la monumental “Histoire(s) du cinéma”, dan prueba de ello. Entre los cineastas que han reconocido recibir influencia de Godard pueden citarse a Bernardo Bertolucci, Martin Scorsese, Rainer W. Fassbinder, Wim Wenders, Richard Linklater, Jim Jarmusch y Quentin Tarantino.    

“Medianeras”

Origen: Argentina-España-Alemania (2011). Dir. y guion: Gustavo Taretto. Prod: Natacha Cervi, Hernán Musaluppi, Christoph Friedel, Luis Miñarro y Luis Sartor. Fotografía: Leandro Martínez. Montaje: Pablo Mari y Rosario Suárez. Música: Gabriel Chwojnik. Dirección de arte: Luciana Quartaruolo y Romeo Fasce. Efectos Visuales: Mariano Santilli. Protags: Pilar López de Ayala, Javier Drolas, Carla Peterson, Adrián Navarro, Inés Efrón, Rafael Ferro, Alan Pauls, Jorge Lanata. Duración: 94 minutos. 

El amor en los tiempos informáticos… Buenos Aires, una ciudad de grandes edificios, en donde la gente desconoce a los que residen a escasos metros entre sí. La incomunicación, la soledad, la angustia existencial, las neurosis… aparecen como elementos clave en esta película. Martín y Mariana, los protagonistas, vienen de experiencias amorosas frustradas. Ambos padecen de fobias sociales. Intentan rehacer sus respectivas vidas sentimentales con terceras personas. Pero fracasan en el intento. Una y otra vez se aproximan casualmente en espacios abiertos y cerrados, sin reparar uno en el otro. La arquitectura de la gran urbe parece separarlos…
En medio de tanto distanciamiento personal aparece el universo virtual. Que, entre otras cosas, permite la comunicación entre las gentes. Pero una comunicación muy particular, bastante menguada y desprovista de todo contacto físico. El reemplazo de las relaciones personales por la tecnología, en definitiva. En este contexto, Gustavo Taretto nos cuenta su historia. Que es la versión larga duración de un cortometraje del mismo título y director (2004).
“Medianeras” se constituye en la ópera prima de este director en cuestión de largometrajes. Taretto proviene de la dirección publicitaria. Y ello se advierte en la estética del film. La calidad técnica es considerable, con una buena fotografía y algunos magníficos encuadres. Las imágenes de ciertos detalles de la ciudad son minuciosas, invitan al análisis, lo que es un mérito. Las medianeras, los cables, los avisos publicitarios, las pequeñas aberturas, etc., son poderosos elementos visuales que aportan acertadamente a la narrativa.
Se trata de una comedia dramática con algunos interesantes toques de humor. Las actuaciones de los dos protagonistas esenciales son adecuadas, destacándose la Mariana de Pilar López de Ayala, bella y fotogénica actriz española. Ahora bien, es arriesgado armar un largometraje a partir de la trama de un corto… El relato se debilita al alargar ciertas situaciones y, por momentos, se hace algo tedioso; ciertas escenas bien podrían haberse acortado. En contrapartida, el final –en donde ocurre el esperado encuentro– se precipita demasiado. Los méritos apuntados hacen, sin embargo, que “Medianeras” pueda recomendarse...   

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