lunes, 9 de enero de 2012

“La piel que habito”. Origen: España-Francia (2011).

Dir.: Pedro Almodóvar. Guion: Pedro Almodóvar, basado en la novela “Tarántula”, de Thierry Jonquet.. Prod: Agustín Almodóvar y Esther García. Fotografía: José Luis Alcaine. Montaje: José Salcedo. Música: Alberto Iglesias. Protags: Antonio Banderas, Elena Anaya, Marisa Paredes, Eduard Fernández, Jan Cornet, Roberto Álamo, Blanca Suárez. Duración: 117 minutos.

 Décimo octavo largometraje de Almodóvar, “La piel que habito” es uno de sus películas más negras. La trama es tan inusual y con pasajes inverosímiles como en tantos de sus filmes anteriores. Pero el humor –siempre presente en uno u otro momento de las cintas del cineasta manchego–, aquí prácticamente no aparece. Aparecen las tragedias propias del cine de Pedro y con ello el melodrama exacerbado debería estar servido. Y lo está, aunque Almodóvar trata con cierto distanciamiento y algo de frialdad su historia de amor, pese a que, quizás más que nunca en la filmografía del director español, ésta es imposible…
Hay una historia frankestiana en “La piel…”, que remite a la ciencia ficción, aspecto que Almodóvar se preocupa en pulir. Su Dr. Frankestein –de apellido Ledgard, encarnado por Antonio Banderas– es un médico cuya capacidad como científico queda al servicio de su propia enajenación, sus obsesiones, la necesidad de venganza y el deseo. Por supuesto, tratándose una obra de Almodóvar, la construcción de una nueva corporalidad humana da preponderancia a la cuestión sexual (en este caso, a la transexualidad).
Los personajes van destruyéndose unos a otros, casi sin piedad para ninguno de ellos. La pareja principal –a cargo de Banderas y Elena Anaya– lleva a cabo un juego peligroso, una relación enfermiza que conduce a la tragedia. Pues Ledgard se enamora de su conejillo de Indias, al que inicialmente manipuló y sometió por venganza. Esto es, Frankestein se enamora de su creación. Por momentos, uno advierte cierta solemnidad en la historia. Pero la impecable puesta en escena –con bellos encuadres, adecuados flashbacks que hacen retroceder y avanzar a la trama para orientar eficientemente al espectador, y eficaces actuaciones (particularmente, Marisa Paredes)– apuntalan a este buen film.   
Quizás más que en el resto de la filmografía almodovariana, “La piel que habito” ofrece toda una serie de homenajes cinéfilos. Amén de la historia de Frankestein, tantas veces llevada a la pantalla, hay fuertes referencias a “Los ojos sin cara” (Georges Franju; 1960), una película muy singular. También a “El coleccionista” (William Wyler; 1965) y a Vértigo (Alfred Hitchcock; 1958). Todas ellas cintas inquietantes. 

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