sábado, 7 de enero de 2012

“Mi primera boda”

Origen: Argentina (2011). Dir: Ariel Winograd. Prod: Nathalie Cabiron, Ricardo Freixa y Axel Kuschevatzky. Guion: Patricio Vega. Fotografía: Félix Monti. Montaje: Francisco Freixá. Música: Lucio Godoy y Dario Esquenazi. Dirección de arte: Juan Cavia. Protags: Natalia Oreiro, Daniel Hendler, Imanol Arias, Soledad Silveyra, Pepe Soriano, Martín Piroyansky, Muriel Santa Ana, Marcos Mundstock, Daniel Rabinovich, Gabriela Acher. Duración: 97 minutos.
Comedia de enredos, que retoma un tema transitado por varias películas del género. Algunas de ellas: “El padre de la novia” (Vincente Minelli; 1950), “Una boda” (Robert Altman; 1978), “Cuatro bodas y un funeral” (Mike Newell; 1994), “La boda de Muriel” (P.J. Hogan; 1994), “La boda de mi mejor amigo” (P.J. Hogan; 1997) y “Los rompe bodas” (David Dobkin; 2005). Particularmente en Estados Unidos, las historias de bodas han dado lugar a comedias glamorosas, con importantes estrellas, mucho lujo y ambiente festivo.
También ése es el caso de “Mi primera boda”, que parece ser el film argentino que tira la casa por la ventana en 2011. Winograd, responsable también de la irregular “Cara de queso” (2006), no escatima solvencias actorales y técnicas. A un elenco con varias figuras conocidas se suma una fotografía luminosa y de notable factura en el panorama cinematográfico argentino, impecable locación, buena música y destacado vestuario. La narrativa recurre a variados recursos (relatos frente a la cámara, flashbacks, cámara en movimiento, etc.), que resultan eficaces para el fluir de la historia. Todo suma.
Con todo este cóctel de esmerados detalles, Winograd no parece afrontar demasiados riesgos. El guion es meritorio, partiendo, como en muchas comedias de este tipo, de una situación equívoca que desencadena una serie de enredos. Pero, ya que la anécdota es casi mínima, el desarrollo de la película debe permitir una serie de subtramas que mantengan el interés y la coherencia de la historia. Allí debe aparecer la habilidad del director. ¿Aparece en este caso? En una porción estimable, puede decirse que sí. En general, el ritmo es adecuado, con momentos realmente divertidos.
Sin embargo, algunas de esas tramas secundarias no fluyen demasiado bien. Un ejemplo claro es la subhistoria que llevan adelante el cura y el rabino casamenteros (Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, respectivamente). Las situaciones que protagonizan resultan poco interesantes, lastradas por diálogos elementales y previsibles, cuando podrían haber dado lugar a contrapuntos más agudos y brillantes. La historia se apoya demasiado en la pareja principal. Ello impide que brillen otros intérpretes, incluso aquellos más cercanos a la anécdota central del film, caso de Martín Piroyansky y Muriel Santa Ana.
Eso sí, los dos protagonistas excluyentes –Oreiro y Hendler– cumplen perfectamente sus roles. No solo por desenvolverse adecuadamente en todas las situaciones que les toca llevar adelante, sino porque la química de la pareja funciona a alto vuelo. Se trata de dos excelentes comediantes (aspecto que en Natalia Oreiro suele no ser reconocido). De los secundarios quedan muy bien parados Gabriela Acher y los amigos del novio (Clemente Cancela y Sebastián De Caro).    

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