lunes, 9 de enero de 2012

“Más corazón que odio” (“The Searchers”).

Origen: EE.UU. (1956). Dir: John Ford. Guion: Frank S. Nugent, basado en una novela de Alan Le May . Prod: C.V. Whitney, Patrick Ford y Merian C. Cooper. Fotog: Winton C. Hoch. Montaje: Jack Murray. Música: Max Steiner. Dirección artística: James Basevi y Frank Hotaling. Protags: John Wayne, Jeffrey Hunter, Natalie Wood, Ward Bond, Vera Miles, Harry Carey Jr., Hank Worden, Henry Brandon, Olive Carey. Duración: 119 minutos.

Rodada en escenarios naturales, “Más corazón que odio” no sólo es uno de los mayores westerns, sino una obra magnífica, filmada con excelencia técnica y que admite varias lecturas (política, histórica, psicológica, dramática, etc.). La trama se ocupa de la confrontación entre colonos y aborígenes. Pero asimismo, de la contraposición entre dos mundos incompatibles: el de Ethan Edwards (John Wayne) –ex combatiente de la Guerra de la Secesión, hombre individualista, épico y amante de los grandes espacios solitarios–, tan vetusto como el de los indígenas, y el de la civilización de posguerra, con la expansión de los grupos de colonos hacia el oeste y en donde el individualismo va perdiendo vigencia. Esencialmente, la cinta trata de la historia de una búsqueda humana por los desiertos del oeste norteamericano. La misma se lleva a cabo a lo largo de unos cinco años y ocupa, esencialmente a Ethan y a Martin Pawley (Jeffrey Hunter), un mestizo.
A poco de comenzar la película, ocurre la tragedia que justifica la trama, causada por un grupo de indios comanches a expensas de la familia de Ethan. Allí se inicia la búsqueda que justifica el título original del film. Y aparece el carácter racista del mismo; los aborígenes son mostrados como individuos malignos e inferiores y el enfoque político-histórico es claro: no son ellos las víctimas –a pesar del despojo de sus tierras–, sino los colonos blancos. La violencia en contra de los salvajes y su exterminio se justifica a partir de tal visión. Ethan no es un pistolero, pero sí un individuo rencoroso, vengativo y terriblemente racista. A pesar de la mirada discriminadora hacia los pueblos originarios, es en la caracterización de Ethan donde Ford muestra las contradicciones de la “civilización”. La búsqueda de su sobrina Debbie (Natalie Wood) parece más motivada por el odio que por el afecto.
Puede, entonces, cuestionarse claramente la visión de John Ford sobre el conflicto indios-blancos en esa etapa histórica de EE.UU. Pero lo que no se puede hacer es dejar de reconocer la calidad de la película, en donde cada escena está filmada con maestría, se respira una auténtica tensión en varios momentos, hay secuencias de persecuciones y enfrentamientos verdaderamente memorables, instantes de humor pese a lo trágico de la historia, sencillos pero profundos análisis de la condición humana, belleza en las imágenes, un dejo de melancolía que tiñe toda la historia y excelentes interpretaciones. John Wayne lleva a cabo la actuación de su vida, pero también destacan excelentes secundarios, como Ward Bond y Hank Worden.
La profundidad de campo ha sido uno de los elementos narrativos que mejor ha utilizado el maestro Ford. Aquí da una lección de uso adecuado de este recurso. Algunas imágenes son realmente poéticas. Como “La diligencia”, puede decirse que es ésta una road movie, aunque destacan varias escenas en interiores. Sólo que aquí los largos viajes implican una búsqueda inquietante. Diferentes son los motivos que conducen a Ethan y a Martin. Este último desea rescatarla. El carácter violento y racista del primero aparece una y otra vez, y deja clara su visión negativa sobre la actualidad de Debbie. Por ello, cuando finalmente la joven es rescatada de los comanches, tiene lugar una escena de gran tensión, con rápida persecución de Ethan en pos de la joven. Finalmente, ocurre un giro acabadamente filmado: Ethan no mata a Debbie y la levanta en brazos para regresarla con los blancos.
Entre tantas, hay otras dos escenas inolvidables. La primera es el ataque de los comanches al rancho. Ford la resuelve de forma admirable. Aparecen indicios de que los indios andan por allí. Crece el temor y la histeria de los personajes. Debbie es apartada y enviada a esconderse. De pronto una sombra inquietante oscurece el plano, al presentarse ante la niña. Es la del jefe comanche. La escena se cierra allí. La masacre no es mostrada. Ni falta que hace. Y la otra gran escena es el final, con el plano secuencia quizás más famoso del cine. Ethan y Martin han traído a la joven a casa. Quienes están allí salen a recibirlos. Todos entran en el rancho, regocijados. La cámara, desde el interior del mismo, muestra la silueta de Ethan, quien queda fuera, observando a los demás. Gira sus pasos y se aleja. Es la inequívoca actitud de un solitario que ha cumplido con una misión, pero que no tiene cabida en ese mundo. Vuelve a su desamparo…    

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