miércoles, 27 de julio de 2011

“El acorazado Potemkin” (“Bronenósets Potyomki”)

Origen. Unión Soviética. Dir: Sergei Eisenstein (1925). Guion. Sergei Eisenstein y Nina Agadzhanova-Shutko. Fotografía: Eduard Tissé. Música: Edmund Meisel. Montaje: Sergei Eisenstein, Grigori Aleksandrov. Dirección Artística: Vasili Rakhals. Protagonistas: Aleksandr Antonov, Vladimir Barsky, Grigori Aleksandrov, Ivan Bobrov. Duración: 75 minutos.
 
No es tarea sencilla, hoy día, justipreciar un film del cine mudo. Ese período abarcó algo más de tres décadas, pero la irrupción del sonido (1927) modificó profundamente el lenguaje cinematográfico y, además, las evoluciones posteriores de formas, estilos y técnicas impusieron en el espectador una mirada cada vez más lejana de aquel cine.
 
El cine ruso vivió cualitativamente una época de gloria durante los años ’20. En 1917 triunfó la revolución contra el régimen zarista y nació la Unión Soviética. El nuevo sistema político valorizó al cine como un poderoso medio de propaganda y de educación popular. Los realizadores que surgieron en esos años (Kulechov, Pudovkin, Eisenstein, Dovjenko, Vertov) eran jóvenes que comulgaban con esa idea. No inventaron la narrativa cinematográfica que aún pervive –puede decirse que ésta nació con los aportes del estadounidense David Wark Griffith–, pero incorporaron aspectos esencialmente vanguardistas, que impactaron mundialmente. El montaje adquirió una importancia crucial.
 
“El acorazado Potemkin” es un film épico. Narra hechos ocurridos en 1905, durante un intento fallido de revolución. La veracidad del relato es parcial. Se rodó en apenas una semana y está dividido en cinco actos, que, fundamentalmente, ilustran el amotinamiento de la tripulación del Potenkin y la muerte del líder del mismo, la reacción del pueblo de Odessa ante ello, la matanza popular en las escalinatas de la ciudad por obra de los soldados zaristas y el encuentro de la flota imperial con el acorazado.
 
Lo que más impacta son los aspectos formales que Eisenstein incorporó en esta película –inclinación de cámara, continua alternancia de primeros planos y de planos distantes, protagonismo del conjunto del pueblo y no de unos escasos personajes– y que recrean eficientemente la atmósfera épica. Abundan las imágenes poéticas, los primeros planos de rostros humanos para acentuar la tensión dramática y los contrastes de ritmo. Algunas escenas fueron muy impactantes. Una de ellas –quizás la más comentada en toda la historia del cine– es la del cochecito que transporta al bebé, en descenso por la escalinata en donde tiene lugar la masacre. Ha sido homenajeada en varios films; probablemente la evocación más brillante haya sido la de Brian de Palma en “Los intocables” (1987).
“El acorazado Potemkin” está entre las películas más admiradas de todos los tiempos. Es probable que no exista otra cinta sobre la cual se haya escrito tanto. Ello no implica, necesariamente, que sea una obra perfecta, ni la más excelsa del cine mudo (quizás “Santa Juana”, de Dreyer, la supere cualitativamente). En el debe puede admitirse la permanente grandilocuencia (aunque no debe olvidarse el carácter movilizador dirigido hacia el pueblo soviético). Sin embargo, varios de sus méritos pueden ser percibidos aún hoy: la potencia y la poesía de las imágenes, el ritmo eficiente para narrar las situaciones más trágicas y una fotografía muy notable para su época.
 
No debe omitirse que muchísimas películas épicas filmadas posteriormente –también en épocas recientes–, con mayores recursos tecnológicos y actores profesionales, han carecido del nervio que le impuso Eisenstein a “El acorazado Potemkin”, incluso apelando a una mayor grandilocuencia. Por último, vale aclarar que la masacre de las escalinatas es ficticia. Está basada en un hecho real: la llegada del Potemkin a la bahía de Odessa. En la ocasión algunos diplomáticos y periódicos extranjeros comunicaron que tropas dispararon contra la multitud, muriendo varias personas, aunque el número de bajas se desconoce.     

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