martes, 26 de julio de 2011

“La regla del juego” (“La Règle du Jeu”).

Origen: Francia (1939). Dir: Jean Renoir. Prod: Claude Renoir. Guion: Jean Rendir, Carl Koch y Camille Francois. Fotog: Jean Bachelet. Montaje: Marthe Huguet y Marguerite Renoir. Música: Varios. Vestuario: Coco Chanel. Protags: Marcel Dalio, Nora Gregor, Roland Touain, Jean Renoir, Julien Carette, Mila Parély, Gaston Modot, Paulette Dubost. Duración: 110 minutos.
Toda referencia a esta película no puede evitar el contexto de su estreno (julio de 1939) y posterior difusión. Los críticos la destrozaron y disgustó al público, por lo que fue sometida a una serie de cortes, que dieron lugar a una versión más reducida. Poco tiempo después (octubre del mismo año), el gobierno francés prohibió la exhibición, calificándola como “moralmente inadmisible”. Este rotundo fracaso se originó, muy probablemente, en el rechazo del espectador común –que buscaba otro tipo de historias ante la inminencia de una nueva guerra– a una narración innovadora, que, además, planteaba un ambiente de desencanto y con personajes nada ejemplares. A su vez, el público más formado intelectualmente debió acusar la acidez que el film disparaba hacia la sociedad francesa.
La prohibición fue levantada algunos meses después, pero puesta en vigor nuevamente por los alemanes, cuando invadieron a París. La versión actual se monta en 1959, cuando fueron descubiertas las latas donde se hallaban los descartes realizados en su momento por Renoir, ante la presión de los distribuidores. Paradójicamente, los críticos elevaron esta película a la categoría de obra maestra, permaneciendo hasta la actualidad la consideración de ser una de las mayores de todos los tiempos.
“La regla del juego” es una comedia muy particular para su época. La trama se desarrolla en el interior y en las inmediaciones de un castillo, en donde un noble invita a varios personajes para pasar un fin de semana. Pronto se desatan una serie de enredos amorosos, con infidelidades matrimoniales, en un contexto de cinismo e hipocresía. Las situaciones que se suscitan son vertiginosas y la narrativa es ágil. Pero, a medida que la historia avanza y las lacras humanas se yuxtaponen unas con otras, crece la oscuridad de la trama, hasta desembocar en una tragedia.
 
En el tiempo de ficción conviven en el castillo dos tipos humanos: los anfitriones y sus invitados –pertenecientes a las clases dominantes: nobleza y burguesía alta– y el personal de servicio. Es interesante el tratamiento que Renoir da a sus personajes. Mucho se ha hablado respecto a cómo este film reflejó la visión corrosiva del director sobre la clase burguesa y su decadencia de valores. Sin embargo, se trata de un análisis complejo de toda una sociedad, pues explora profundamente en el comportamiento humano.
El culto al hedonismo, la hipocresía, la moralidad ambigua y la tendencia a ocultar la realidad en el formato de diversas apariencias se presentan como atributos de la burguesía. No obstante ello, ante las situaciones disparatadas e imprevisibles que se suscitan, amos y criados se comportan de la misma manera, compartiendo defectos y bajas pasiones. Eso sí, ninguno de estos individuos es mostrado como un dechado de maldad. Casi todos exhiben flaquezas variadas, egoísmos e irresponsabilidades, pero fundamentalmente manifiestan la debilidad moral de una sociedad e, incluso, sus comportamientos generan no pocos remates simpáticos. Lo más perturbador es, sin duda, el final, en donde ocurre una muerte por error y fruto de los celos. Lejos de ser tratada como una tragedia, es afrontada por el conjunto de personajes desde la perspectiva de un cierto orden que es indispensable mantener…
 
La maestría de Jean Renoir se revela, particularmente, en la puesta en escena. Se destaca la utilización de la profundidad de campo, elemento que otorga trascendencia dramática a la historia. En esos amplios espacios la atención se centra en la movilidad de los personajes. Muchas escenas de interiores, con sus decorados, adquieren una impronta teatral; ello recarga de cierta artificiosidad a las situaciones, lo que puede interpretarse como una referencia a la irracionalidad y culto por las apariencias de las reacciones humanas. El tratamiento de los personajes es coral; ninguno es el eje de la historia. Las actuaciones son convincentes, en un elenco sin ninguna estrella (el propio Jean Renoir se reservó un papel importante).     

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