jueves, 28 de julio de 2011

“M, el vampiro”

Origen: Alemania (1931). Dir: Fritz Lang. Prod: Seymour Nebenzal (sin acreditar). Guion: Thea von Harbou y Fritz Lang. Fotog: Fritz Arno Wagner. Montaje: Paul Falkenberg. Música: fragmentos de Peer Gynt, de Edvard Grieg. Protags: Peter Lorre, Otto Wernicke, Gustaf Grundgens, Friedrich Gnass. Duración: 99 minutos 
 
Estrenada en Argentina con el título de “M, el vampiro negro”, la historia versa sobre Franz Becker, un asesino serial de niñas. Llama la atención como Fritz Lang logra incorporar maravillosamente el sonido a la tensión dramática, pues se trata de su primera película hablada. El sonido tiene aquí un impacto en la narrativa cinematográfica que supera al efecto de los diálogos. Al inicio, una sombra masculina se proyecta sobre un cartel en donde se previene a la población sobre las andanzas del asesino. En ese momento, una pequeña levanta la vista hacia el hombre y se escucha una pregunta de éste. La sensación de amenaza es sumamente efectiva, sin que se muestre al asesino, merced a su perturbadora voz…
Por otro lado, Lang hace uso de otro recurso sonoro novedoso: un motivo musical para el asesino –silbar unos compases de “Peer Gynt” toda vez que se encuentra en “acción”–, lo que anuncia su predisposición a matar. Efectos similares utilizaría luego el cine en varias oportunidades. Pero además, el silbido de la melodía en cuestión termina siendo el elemento que permite la identificación del criminal. También, cuando se ha escondido en las instalaciones de una fábrica, es el sonido que produce al intentar forzar una cerradura lo que delata su presencia.
 
Es notable como Lang maneja la cámara y emplea la fotografía. Curiosos travellings para la incipiente técnica del momento en que fue filmada “M”, juegos de sombras, imágenes sucesivamente hilvanadas que revelan que ha ocurrido el crimen de la niña (el sitio vacío de la misma en la mesa de su casa, su pelota que rueda en medio de unas plantas, el globo enredado entre los cables) –sin mostrarlo–, la M (de morder: asesino) pintada en la espalda de Becker, aportan a la historia una efectividad narrativa que supera a los diálogos.
Quizás como reflejo del particular momento político que vivía Alemania en esos años, se muestra a una población paranoica. La institución policial no funciona eficientemente y su accionar se pierde en una serie de detenciones arbitrarias en el mundillo de los delicuentes “comunes”. Precisamente, este lumpen de los bajos fondos encara la persecución y captura de Becker, y hasta su juzgamiento. La escena del juicio es la más teatral del film, pero resulta notable el discurso del asesino para confesar sus crímenes –queda entonces claro que el monstruo no es sino un perturbado mental– y establecer un paralelismo con la criminalidad del “jurado”.
 
“M, el vampiro” no es la película más conocida de Fritz Lang. La supera en celebridad “Metrópolis”, del período mudo. Sin embargo, ha sido el film predilecto del gran director alemán y, probablemente, su obra más perfecta. Ha resistido perfectamente el paso del tiempo y mantiene su impacto, su atmósfera de sordidez y la belleza de sus imágenes. Es uno de los escasos films sonoros que carece de fondo musical, más allá de los citados compases que se escuchan silbados.
Es memorable la actuación del húngaro Peter Lorre en la piel del asesino. A partir de aquí adquiriría prestigio internacional y pasaría a Hollywood, quedando estigmatizado como uno de los más reconocidos villanos de los ‘30 y los ‘40.
      

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