Rumanía es uno de los países europeos más agobiados por problemas político-económicos de larga data, lo que ha llevado al desencanto a gran parte de su población. Pasó rápidamente de uno de los regímenes comunistas más opresivos y siniestros a un neoliberalismo económico arrasador y poco motivado por la justicia social, donde, por si fuera poco, campea la corrupción. Esta película teje su trama en la realidad del país balcánico. Con admirable ironía están plasmados algunos aspectos de la misma: la burocracia (heredada del sistema anterior y no resuelta), una legislación antigua, el autoritarismo y la decadencia del nivel de vida (carácter, este último, no declamado, sino exhibido a través de las imágenes).
El relato es minimalista. Abundan los tiempos muertos en gran parte del film. Algunas escenas –por ejemplo, el espionaje que el policía del título realiza sobre la casa en donde reside el adolescente investigado– se reiteran hasta la exasperación. La película es deliberadamente morosa para trasladar la pesadez de la trama al espectador. Hay que decirlo, para evitar engañar a quien no soporta la morosidad en el cine. Los diálogos son muy interesantes –con un añadido: el paralelismo de ciertas cuestiones gramaticales con la esencia burocrática del sistema–, tornándose brillantes en la larga escena final. Allí el significado de las palabras conducen a la justificación de cómo aplicar la ley… omitiendo que tal cuestión es dinámica y requiere de algo imperfecto pero esencial: la interpretación humana.
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