lunes, 25 de julio de 2011

“Ocho minutos antes de morir” (“Source Code”)

Origen: EE.UU.-Francia (2011). Dir: Duncan Jones. Guion: Ben Ripley. Fotografía: Don Burgess. Montaje: Paul Hirsch. Música: Chris Bacon. Prod: Mark Gordon, Jordan Gin y Philippe Rousselet. Protags: Jake Gyllenhall, Michelle Monaghan, Vera Farmiga, Jeffrey Wright. Duración: 93 minutos. 
Este film retorna al ya trillado –en términos cinematográficos– tema de los atentados terroristas. Como es moneda común en las películas que versan sobre ello, el director ha recurrido al thriller para contarnos su historia. Pero lo hace en el terreno de la ciencia ficción. Source Code –título original de la cinta– alude al nombre de un programa científico, mediante el cual un individuo, merced a los registros de su memoria, puede revivir una y otra vez, para retornar a una misma situación. Cada regreso se justifica por el intento de revelar la identidad de un terrorista que amenaza a Chicago; pero sólo cuenta con ocho minutos. Este personaje –a cargo de Jake Gyllenhall– es un conejillo de indias de un científico militar (Jeffrey Wright). Sólo que va más allá de la misión que se le impone, e intenta modificar la historia…
 
 
El soporte científico pertenece a la mecánica cuántica… Pero lo importante es que ese breve término de tiempo se transforma en el nudo de la narrativa, pues debe crear el clímax necesario para que el suspenso y la tensión dramática funcionen. El comienzo es muy promisorio, con un golpe de efecto bien logrado: la aparición del protagonista en el lugar donde debe cumplir su misión es tan sorpresiva y enigmática para los espectadores… como para él mismo. Una muchacha –bellísima Michelle Monaghan– le otorga una identidad que no es la suya. Un espejo le devuelve una imagen diferente. Está en la piel de otro, indudablemente. Pero los ocho minutos transcurren y el drama se desencadena.
 
La historia se arma alternando los períodos de ocho minutos y aquéllos en donde muestro personaje establece contacto con los responsables del programa científico-militar (particularmente, con una oficial, que encarna la siempre eficiente Vera Farmiga). Las cuestiones científicas son casi incomprensibles, pero aún así, la película entretiene. Se logra transmitir la angustia creciente del personaje de Gyllenhall y hay una aceptable construcción dramática. Solo que, a medida que las idas y venidas se reiteran, la trama se oscurece y varios aspectos resultan poco entendibles. Particularmente, la resolución final que le imprime el accionar individual del atribulado héroe.
 
El director se juega, además, por una especie de reflexión filosófica sobre la manipulación científica de los hechos temporales, el individualismo y la posibilidad de vida más allá de la muerte. Este intento de trascender el formato genérico resulta no sólo superficial y poco claro para la trama, sino que otorga al film un carácter pretencioso, absolutamente innecesario. A despecho de estas objeciones, “Ocho minutos antes de morir” logra un nivel aceptable. Duncan Jones es un cineasta inglés, hijo de David Bowie y es ésta su segunda película.
 
  

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